A la defensa del cine amateur nicaragüense: Los gallos no lloran


En mayo de 2010, con el lanzamiento del largometraje de ficción La Yuma (Florence Jaugey, Camila Films, 2009) corrió por los noticieros de televisión y radio, redes sociales, periódicos y revistas de Nicaragua y la región centroamericana la noticia de que se presentaba el primer largometraje nicaragüense de ese género cinematográfico después de 31 años, aludiendo al último filme de este tipo producido en el país y que fue presentado en mayo de 1989 (El espectro de la guerra, Ramiro Lacayo, INCINE, 1989). Quedaban fuera, por supuesto, algunos largometrajes foráneos filmados en Nicaragua en ese periodo por cineastas extranjeros, como La canción de Carla (Ken Loach, 1997) o El camino (Ishtar Yasin, Producciones Astarté, 2007).

Pero esta premisa tenía unos tonos imprecisos. Quizás este tipo de omisiones se deban al desconocimiento de una filmografía completa del cine en Nicaragua y a la dimensión de los esfuerzos de difusión que tuvo La Yuma, que fueron realmente magistrales y que la llevaron a convertirse en la película nicaragüense más taquillera de todos los tiempos. O, en el caso que más pesa, a que el público general —incluso la misma prensa— ha creído que cine es solamente lo que se ha acostumbrado a ver que realiza y presenta la docena de cineastas más conocidos de Nicaragua: esa generación que fue formada en los años de 1980 en el Instituto Nicaragüense de Cine (INCINE).

Sin embargo, el público, siempre exigente y poco falto de comprender realidades —por la costumbre forjada durante décadas de reconocer como cine al estilo hollywoodense— no acepta como cine el cine amateur. Por esa razón es necesario remarcar el hecho de que el cine amateur también es cine y que existen en el mundo decenas de festivales del audiovisual que lo celebran y premian, así como el cine experimental y figurativo sigue siendo aún hoy en el siglo XXI poco comprendido y tomado como un cine “poco procesado” o como videoarte.  

Entre 2002 y 2016 se han producido en Nicaragua cuatro largometrajes de ficción amateur (de los que se tiene conocimiento). El primero de ellos es Las hijas de María (75 minutos), de Tommy Baltodano; al que le sigue Los gallos no lloran (82 minutos), codirigido por Carlos M. de la Vega y André Pastora. En 2011 se realizó Supuestos amigos (85 minutos) por Raúl Marenco y en 2016, El escarmiento (75 minutos), de Léster Mora Duarte. De los que vale la pena rescatar y reseñar en esta ocasión Los gallos no lloran.

Filmada completamente en el pueblo de Masatepe, municipio del departamento de Masaya, Los gallos no lloran es una cinta amateur costumbrista, que aborda diversos temas vernáculos de los pueblos y su vida social. La pelea de gallos adquiere un símbolo en el guion por tratarse de un «pasatiempo» que los hombres de los barrios del pueblo practican los fines de semana y Los Gallos es un equipo de béisbol infantil, que al final de la película tendrá una sorpresiva importancia en el desenlace de la trama.

Inicia con el regreso de un joven —Alberto— a su pueblo natal luego de haberse ido desde que era niño. Reflexiona sobre la vida del pueblo y los observa con la lejanía que adquiere quien ha vivido mucho tiempo fuera. Llega a un campo vacío y montoso que en su infancia solía ser el lugar donde su equipo, Los Gallos, jugaba béisbol. Otras dos historias se llegan a enlazar en la enmarañada trama: la de Jorge, otro integrante del mismo equipo, quien aún sigue siendo beisbolista apasionado —casi obsesionado, siempre anda puesta la gorra beisbolera y duerme en su cama con el bate a un lado como su compañero de noches, no sin antes dedicar sus últimos pensamientos del día a los trucos y jugadas que debe hacer para ser cada día un mejor beisbolista y llegar a las grandes ligas—, y la historia de Claudia, que es perseguida por unos secuaces misteriosos que obedecen órdenes del temido mafioso del pueblo al que se le conoce como Capitán.

Aparece por fin el mafioso que, como todo clásico guion donde interviene uno de estos personajes, es adinerado, vive en una finca donde hay automóviles de lujo aparcados en los jardines, fuma puro, usa un sombrero de pana muy elegante, dorados anillos en sus manos y bebe un trago sentado en una silla playera frente a su piscina, mientras, enojado, comanda la persecución de la muchacha dando órdenes a gritos desde su celular.

La película muestra imágenes de Masatepe y otras secuencias reales de peleas de gallos, a donde va el mafioso con sus secuaces a hacer una apuesta con su gallo. Se ven imágenes explícitas de violencia hacia los animales y la sangre, cosa que en la vida real ocurre en los pueblos y barrios sin que las sociedades protectoras de animales hayan podido hacer nada hasta ahora por clausurar y penalizar este tipo de maltrato.

La película construye la historia de estos tres jóvenes, cómo se enlazan y se separan. El guion logra en pocas escenas mostrar la dimensión de la vida personal de cada uno y el ambiente en que viven. Mientras Claudia huye de los mafiosos, Jorge camina por un sendero de tierra para volver a su casa después de un entrenamiento de béisbol y, al observar desde lejos que la han atrapado y quieren llevársela en una camioneta, va y la defiende con su bate aun estando ellos armados con pistolas. Logran salir victoriosos y huyen juntos, en el camino conversan y se hacen amigos.

Alberto se reúne finalmente con su viejo amigo Jorge y, con Claudia, van a una fiesta patronal que se celebra en las calles del pueblo. En medio de las celebraciones populares se desarrollan las escenas de persecución y suspense, que ocupan la mayoría del metraje. Los gallos no lloran logra sostener su misterio y contiene escenas de persecuciones magistrales, muy bien logradas pese a haber sido filmado de forma amateur. El espectador observa la película con deseos de saber qué más sigue y entender por qué Capitán persigue a una joven que no tiene nada que pueda atraerle —pese a su belleza, porque es muy bonita—; al final sabemos que no es eso lo que hace que pague mucho dinero y despliegue un operativo para que la secuestren y la lleven ante él.

Así como Alberto aparece en la vida de ellos, también desaparece sin despedirse, como un fantasma que llega a ayudarlos y luego se desvanece de sus vidas una vez cumplida la misión. Los otros jóvenes del equipo Los Gallos, excompañeros de juegos de Alberto y de Jorge, van y acuden en su ayuda sin olvidar la camaradería de la infancia y toman por secuestro la casa de Capitán para ayudar a liberar a Claudia. Son jóvenes pobres de los barrios que con su ingenio y espíritu de amistad y unidad desafían a un poderoso.

En esta película nadie es culpable (incluso los antagonistas son víctimas) y se dignifica la imagen de los jóvenes de los barrios marginados que no solo podrían ser desocupados, como la sociedad piensa y los califica, sino que tienen sus ideales y son capaces de dar la vida por buenas causas y ayudar a un viejo compañero que se encuentra en problemas. Les servirá mucho el lenguaje de equipo: se comunican con la mirada, con un gesto, con silbidos; todo para realizar con éxito su «operativo», tal como desde la infancia el equipo de béisbol se comunicaba con señas sin que su contrincante conociera los códigos.

Un filme digno de rescatarse del olvido y ponerse en alto en la cinematografía nacional de Nicaragua, por la calidad de su realización técnica y el desencadenamiento versátil del guion.

¿Quién es Karly Gaitán Morales?

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