Heredera del viento: El impacto de un cinéma de réalité


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalNacida en Managua en 1980, Gloria Carrión pertenece a la llamada «generación benjamina», es decir, a las personas hoy adultas que son las últimas que recuerdan la revolución popular sandinista por haber nacido o crecido durante esa época, así que se les ha llamado los «benjamines» de la revolución.

Con Heredera del viento, su reciente documental intimista de testimonio, Gloria cuenta la historia de amor de sus padres, iniciada y desarrollada bajo la causa sandinista porque ambos eran guerrilleros a finales de los años setenta, y con la historia de ellos, cuenta la suya por medio de sus recuerdos de la guerra en la década de los ochenta. El objetivo de la autora es reflexionar, poner en la mesa el tema y mostrar cómo afectó un proceso como aquel a quienes eran niños en esos años y aparentemente no tenían, por lo tanto, una afectación directa por considerarse la niñez una etapa de ensoñación.

Se puede observar que al ser sus padres dirigentes políticos durante esa década llevaron la revolución al hogar y sus participaciones comprometidas con el proceso los alejaron de su primogénita. Además de esa desolación y ausencias, Gloria vivió de forma cercana el luto a causa de la guerra con un hermano de su madre que falleció por un ataque de la contrarrevolución. Los hechos colaterales del contexto personal se mezclan con sus recuerdos de los refugios subterráneos que se cavaban en los barrios, las armas manipuladas en manos jóvenes, las imágenes de la revolución que aparecían constantemente en la televisión y los eventos y manifestaciones políticas donde estuvo presente.

El documental adquiere así la voz de toda una generación que hasta ahora poco se ha salido al balcón a colgar los estandartes de sus experiencias, recuerdos, miedos y traumas adquiridos por la revolución sandinista ya que las generaciones que han hablado más —escribiendo cuentos o memorias biográficas y realizando documentales— han sido mayores a la «generación benjamina» porque fueron ellos los adolescentes y jóvenes que alfabetizaron, estuvieron en el Servicio Militar o participaron de otras formas protagónicas.

En el documental Heredera del viento se hace uso continuo de imágenes fílmicas y fotográficas históricas tomadas de documentales, noticieros cinematográficos, reportajes de televisión y portadas de periódicos y documentos. Estos se convierten en los recursos que refuerzan el lenguaje narrativo del filme y forman las columnas que sostienen la historia narrada. Esta película ha abierto un nuevo debate en la sociedad nicaragüense por la originalidad del tema.

No es lo mismo ser originario de un país donde la paz y la estabilidad son el común denominador de las décadas que de uno que ha sido desgarrado por la sangre y el velo de la muerte a causa de guerras, invasiones, revoluciones, genocidios, tiranías o diásporas. Este es el caso de Nicaragua, cuya última guerra no ha cumplido ni siquiera sus primeros cuarenta años, sin embargo, existen libros y documentales del género de testimonio creados por autores que no tenían la edad suficiente para escribir sus biografías (según Gabriel García Márquez, José Saramago, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y muchos otros intelectuales, el momento digno para comenzar a escribir una biografía es haber alcanzado el mínimo de sesenta años).

Pero los autores que en Nicaragua han contado las experiencias de sus vidas en los tiempos contemporáneos no han sido personajes de vidas inertes y sosegadas sino ―antes que nada― sobrevivientes de una guerra y a sus cuarenta años tenían bastante pasado como para caber en cuatrocientas páginas que se dispusieron a escribir, y por esa razón, cuando alcanzaron poco más de los cincuenta, se encontraban publicando sus biografías. Este es el caso de Sergio Ramírez y Gioconda Belli o los autores con autobiografías publicadas recientemente como Juan Sobalvarro, Gabriela Selser y Nadine Lacayo, por mencionar algunos.

Heredera del viento, estrenado en Nicaragua hace dos semanas, se acomoda perfectamente en esta ola de relatos biográficos que en los tiempos actuales se encuentran en librerías y han gestado interesantes debates y reflexiones. Es también un recordatorio ejemplar que muestra la corta estela de años de existencia de la revolución, pues una guerra ha sido superada por un país —como aludía Víctor Hugo en Los miserables— solo cuando ya no haya nadie que llore a causa de esta ni nadie que la recuerde, y cuando tales hechos ya solo formen parte del patrimonio histórico de esa nación.

Gloria Carrión ha roto el viejo estigma que reza que quienes son dignos de narrar su biografía deberían comenzar a considerar los primeros bosquejos a los sesenta años porque ella solo tiene treinta y ocho. Tampoco pertenece a la generación que a sus cincuenta sacan a luz los capítulos de sus vidas y han dejado para la posteridad el testimonio de su participación. Con este primer exitoso ensayo reflexivo ¿despertará la «generación benjamina» a contar su historia? ¿O acaso «callaremos ahora para llorar después»?

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