La inmortalidad de la camisa


En 2016, Fernando Del Paso llegó al discurso de aceptación del Premio Cervantes con dos camisas: una la tenía puesta y la otra la llevaba en una bolsa. Esta última la alzó como si fuera la merecedora del premio. Perteneció al poeta mexicano José Carlos Becerra, quien, tras obtener la beca Guggenheim, se fue a Londres y se hospedó en la casa de Alberto Díaz Lasta. Becerra compró un automóvil para recorrer Europa.

Una madrugada, cerca de la ciudad de Brindisi, Italia, tuvo un accidente y murió. Unos meses después, Del Paso llegó también a casa de Díaz Lastra y heredó la camisa. Desde ese día, cada vez que sentía pereza de escribir se ponía la camisa y comenzaba a trabajar. Sentía un compromiso ante quienes murieron y no tuvieron tiempo de expresar lo que debían decir.

Talvez crear sea eso: tener una motivación tangible para concebir vidas intangibles y así distenderse, algo muy similar a la teoría de las cuerdas. Romper nuestro tiempo y espacio y borrar el límite entre lo onírico y lo real. Lograr una multiplicidad para tratar, sin éxito, de luchar contra nuestra fugacidad. Del Paso también decía que lloraba, reía, bostezaba e incluso estornudaba en castellano desde el día en que nació.

Ambos ya no están, pero permanecen sus libros, extensiones infinitas de vidas posibles. Al leerlos nosotros también heredados una camisa metafórica que nos dice a diario que el tiempo se fuga. Entonces pienso en la vida como unos versos de Becerra, quien no tuvo tiempo, pero supo decir «el deshielo que en la noche deshace tu máscara y la pierde».

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