El derecho a hablar (lo que me dé la gana)


Lissete E. Lanuza SáenzMuchas veces se confunde el derecho de hablar (de criticar, de exponer, de gritar, de protestar, de estar en desacuerdo), con la obligación de hacerlo. Nos pasa exponencialmente a nosotros los escritores, pero es un problema generalizado, especialmente en los tiempos en los que vivimos, donde cada vez existen más formas de expresar nuestra más mínima opinión.

De escritor a activista político hay solo un paso, pero ese paso no siempre se da. Muchos consideran su deber mandar un mensaje en sus escritos. Otros conciben la historia como una cosa que nace ya con o sin mensaje y consideran su deber contarla, tal y como se les presento. Un tercer grupo considera que los mensajes son para los políticos y ser escritor significa hacer ficción y punto.

Todo el mundo tiene sus buenas razones, y en un momento dado de nuestra vida me parece que todos nos hemos identificado con una u otra corriente de pensamiento. Hay días donde mi twitter es una cosa virulenta y puedo pasar cien tweets seguidos hablando de política. Hay otros donde de a milagro me acuerdo que existe.

Lo que sí no podemos negar es que la literatura (no me atrevo a decir toda, pero casi, casi, casi toda) es una manera de transmitir un mensaje. No tiene que ser un buen mensaje. Hay algunos mensajes escabrosos, fúnebres. Hay rabia, odio, celos. También hay paz, amor, esperanza. Muchos autores esperan escribir un libro que enseñe algo. Otros solo pretenden divertir. Aún hay un tercer grupo que espera despertar alguna emoción.

Yo, por ahora, soy un poco de lo último. No me interesan los mensajes (excepto cuando sí me interesan). No pretendo que aprendan con lo que escribo (pero si lo hacen, bienvenidos sean). No busco que sientan lo mismo que yo (me conformo con que sientan algo). Cada escritor es una cosa u otra en un momento determinado de su vida.

O quizás toda su vida. Siempre habrán los que quieren mandar su mensaje, así como habrán los que les vale y los que se interesan más por forma que por fondo, y quién sabe qué otro tipo de escritor más que no me he puesto a desmenuzar en esto artículo. En el fondo, eso es bueno. Hay lectores para todos. Hay lectores como para cambiar de opinión y luego volver a cambiarla, y quizás, regresar después a la idea original. Al final todos tenemos derecho de decir (o no decir), de pensar (o no pensar) lo que se nos pegue la regalada gana. ¿O no?

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