Escribir en tiempos de Facebook y Twitter


Hace siete años, cuando publiqué mi primer libro, alguien me dijo: «pues listo: ya eres una escritora», pero yo estaba casi segura de que había sido escritora desde la primera vez que había puesto la pluma sobre papel (o dedo sobre la tecla, que es lo mismo en estos tiempos). Incliné la cabeza y acepté lo que, asumo yo, era un cumplido. Pensé que es más fácil pelear con un libro bajo el brazo.

El mundo ha cambiado mucho desde entonces. Facebook y Twitter ya eran parte de nuestras vidas en aquél entonces, aunque sin ser la herramienta necesaria que son ahora. Y no digo que sean necesarios solo para escribir sino también para vivir, para mantenerse en contacto con la familia y los amigos, enterarse que pasa en sus vidas. Y aun así la mayoría de los escritores que conozco, especialmente en Panamá, parecen no darse cuenta de que todo, absolutamente todo —desde los canales de distribución hasta las formas de conectar con los lectores— han cambiado de forma drástica e irreversible.

No hay vuelta atrás: es hora de evolucionar. Eso, o caeremos en extinción.

Yo todavía soy de la generación que disfruta tener un libro en las manos, el olor tinta recién impresa de un libro nuevo, pasar cada página… Pero ¿alguna vez han intentado irse de viaje con tres libros? ¿Cinco? ¿Diez? Esto era impensable antes, pero ahora resulta cosa de todos los días. Yo misma tengo en este momento siete ebooks diferentes en mi celular.

Y no solo eso: también tengo alertas en Twitter de mis autores preferidos y tiendo a buscar nuevas cosas que leer en esta misma plataforma. Recomendaciones de otros lectores, de los autores que sigo, de revistas literarias y blogs de literatura. Antes era común que tus profesores, amigos y familia te recomendaran libros; ahora lo hacen extraños en internet.

Y esto casi siempre es una ventaja. He leído escritores que nunca hubiera leído antes, de países cuya literatura desconocía por completo; además he descubierto historias que de otra forma me hubiera perdido para siempre y por último he ampliado mis horizontes de una manera que nunca hubiera imaginado posible; aunque también he perdido un poco el contacto con el escritor panameño, especialmente con la generación de la que me enamoré cuando descubrí que en Panamá también se escribía. Y ese resulta siendo el único problema.

Yo todavía se dónde encontrar literatura panameña cuando quiero, pero solo es cuestión de ver a mi hermana, pocos años menor que yo, para darme idea de cuántas oportunidades se están perdiendo por limitarnos a los libros impresos, por no promocionarnos en Twitter, por creer que existe una sola forma de llegar a la cultura literaria, esa misma que ha funcionado por generaciones y que muchos aún no se atreven a soltar.

Pero el mundo cambia, y así son las cosas. Si no cambiamos nosotros, pronto nos encontraremos con un país que no lee a los suyos y cuando esto ocurra en realidad no será culpa de los lectores.

¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?

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