Matar al autor (casi literal)


En crítica literaria el concepto «muerte del autor» se usa generalmente para referirse a la idea de que las intenciones, la religión o las inclinaciones políticas de un autor no se deben usar para interpretar un texto. Es como decir que una vez escrito ya no le pertenece. Todo el mundo lo interpretará como quiera.

Siempre he sido una fiel creyente en esto. Las explicaciones extemporáneas del autor sobre una obra publicada en vida ya no son importantes. Lo que importa es lo que logró plasmar en el texto, no lo que quería lograr. Si necesito que alguien me explique lo que debo entender de un libro es porque dicho libro ha perdido su atractivo. Cada uno, al final, saca sus propias conclusiones. Esa es la magia de los libros. No hace falta sobreanalizar. Separar el arte del artista, como dirían algunos.

Pero ¿es posible siquiera? La respuesta más sencilla es no. El arte literario no es más que ideas y emociones del artista plasmadas en papel y por eso es tan imperfecto como los humanos. ¿Cómo se puede entonces separar una idea de la persona que la creó y le dio forma?

Quizá no sea del todo posible, pero algo cierto es que lo bueno que haya hecho un autor, sus intenciones y sus deseos no afectan el arte, pero tampoco lo hace lo malo que haya hecho, sus prejuicios y ni siquiera sus peores instintos. El arte es simplemente arte y por eso puede y debe ser juzgado por lo que es.

Así también debería juzgarse al autor. No hay que perdonarlo, claro que no. Pero podemos juzgarlo por separado. Arte y autor, cada uno por su lado.

¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?

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