Melania Trump y el problema con los tacones


La semana pasada leí en un periódico local un artículo de opinión firmado por la columnista Sarita Esses, en el cual defendía apasionadamente a Melania Trump y su derecho de usar tacones donde le plazca, incluso al subirse a un avión para visitar a las víctimas de un huracán que causó daños masivos en una urbe metropolitana de Estados Unidos. Y aunque soy la más ardua defensora de que las mujeres deben y pueden hacer lo que les da la gana y cuando les da la gana, habría que entender que la decisión de Melania, como cualquier otra que tome una figura pública, está sujeta a opiniones adversas, y esto quiere decir que si usas tacones o te vistes de diseñador para ir a visitar a las víctimas de un desastre natural, más de alguno te criticará.

¿Quién dijo que lo que uno viste se relaciona proporcionalmente con lo que uno siente?, preguntaba el artículo pretendiendo hacer una crítica a quienes se ofenden por lo que, según su autora, son «bobadas»; y este es el problema —más allá del uso de tacones o de que el vestuario de Melania, a mi parecer, mostraba una tremenda falta de empatía—: hacemos juicios de valor acerca de qué debería ofender a la gente y qué no; especialmente cuando lo hacemos desde afuera.

No voy a negar que el presidente de Estados Unidos —y la primera dama, por extensión— son figuras importantes a nivel mundial y sus decisiones repercute en casi todos los ámbitos políticos. Desde luego, todo el mundo tiene derecho a opinar, pero resulta demasiado irónico querer decirle a la gente, desde acá en Panamá, que no debería ofenderse respecto a algo cuyas implicaciones no podemos entender a menos que en realidad hayamos estudiado la historia política de Estados Unidos, y además, es tremendamente desatinado pretender calificar las razones por las que la gente puede o no ofenderse. Si a mí me da la gana ofenderme por los tacones de Melania, ese será mi problema y será igual si a otra persona también le importa poco lo que la primera dama vista o no; asimismo, no tengo por qué esperar que la gente se sienta como yo y tampoco que me vengan a decir cómo debo sentirme.

«Pero Sarita solo emitió una opinión», me dirán algunos, y que hay que dejar a la gente vivir; sin embargo, también hay que dejar a la gente sentir lo que quiera sentir —ya sea indignación, euforia, ternura o cualquier cosa— y expresar lo que le venga en gana sin minimizar sus razones; cada individuo tiene las suyas.

[Foto de portada: Marc Nozell]

¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?

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