Con palabra de mujer (V): Chavela Vargas


Dlia McDonald Woolery_ Perfil Casi literalY de la Vargas, ¿quién no ha escuchado hablar? Todos tendremos nuestra única y exclusiva versión, porque si algo supo hacer bastante bien, fue hacer escándalo a donde quiera que llegara. Sin definición entre lesbianismo y demonio de alcantarilla, a lo mejor esta es la prueba más fiel de que cuando el diablo sueña, se pedorrea con personas como María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, mejor conocida como Chavela Vargas.

Su historia empieza un 17 de abril de 1919 en San Joaquín de Flores, Heredia, en una aldea llamada San José. Sus padres eran caras de una sociedad ritualmente religiosa y convulsionada: Francisco Vargas, el padre, era un hacendado de fuerte formación económica, dueño de plantaciones de café y mucho dinero pero alcohólico liberal confeso; Herminia Lizano, su madre, nunca sintió afecto alguno hacia María Isabel: basta decir que cuando llegaban visitas a la casa, la escondía como si fuese un perro rabioso.

Poco antes de cumplir ella cinco años, sus padres fueron los protagonistas del primer gran divorcio costarricense en boca de todos, con los visages de película: por un lado, la iglesia hablando del pecado, del abandono y de la necesidad que tienen los hijos de tener a sus padres; y por otro, una esposa que lanzaba ollas y botellas a la cabeza del marido. Él le compró un carro y ese mismo día casi muere atropellado por ella (intencionalmente) con el mismo carro que le acababa de regalar, y una de tantas la casa se incendió en medio de la noche sin que nadie supiera quién o cómo. Finalmente, cuando ya no había remedio, Francisco Vargas se quedó con Chavela y un hermano que nunca se supo si existió o no, y con Herminia se quedó la hermana menor, para ser criada como una niña de sociedad.

Nunca se supo si Chavela fue lesbiana o qué. Al cumplir 80 años ella confesó serlo aunque siempre pensé que ella más bien fue consecuencia del medio al que perteneció: criada entre hombres en una finca cafetalera le era más fácil vestir pantalones, usar corte de pelo de varón, llevar pistola en el cinto —era muy buena tiradora—, jugar con perros y montar a caballo que jugar con muñecas. ¿Qué de extraño tiene entonces que se imaginara lesbiana si en la casa paterna no vio mujeres sino hasta los ocho o nueve años, cuando llegó una cocinera y su hija? Cantándole a esa chiquilla fue que descubrió su don, es decir, la voz para enamorar que tanto gustó.

Trabajando en el campo se hacía un dinero extra cantando serenatas y echándole el cuento a cuanta vieja se encontraba, porque conquistadora sí era. Más de una cayó en su cuento y se deslumbraba al escucharla hablar acerca de sus peleas de cantina y de los cafetales en los que se fajeaba y salía victoriosa, y aún más de su forma de beber licor, que lo hacía desde que tenía memoria. Todo eso ocurrió antes de que cumpliera los diecisiete años, cuando su madre decidió que ya era hora de educarla como mujer y se la llevó a Heredia, le puso un ungüento extraño para que le creciera el pelo, un vestido y tacones; y así, disfrazada de travesti, la iba a casar con el hijo de un finquero vecino. Aterrorizada ante esta situación, Chavela Vargas se regresó corriendo a casa de su padre y este, que no quería perder a «su muchacho», la retó a un duelo de tragos.

Mareada y borracha hasta el cecerete, tomó 550 colones y se largó para San José, donde dicen que estuvo varios días escondida en un fotucha (bar y putero solo para damas de cierto nivel social, donde ellas piden lo que desean: hombres o mujeres) y desde allí, vestida de mujer, se fue a México, porque había decidido ser Chavela Vargas y «de mi nombre no se han de olvidar», porque por más extraño que parezca, ha de quedar claro que ella era del signo Aries y para colmo su ascendencia era del signo Tauro, entonces digamos que el diablo sabe a quién se le aparece a medianoche meneando el rabo. Eso lo dicen en mi casa, es decir, que por naturaleza tenia voluntad y empuje para conseguir lo que se propone, y para los nacidos con ese ascendente, la poesía y la música son la comodidad, y la ceremonia, una parte integral de su vida aunque se escondan y de cara al exterior muestren una imagen dura e inflexible para protegerse, levantando muro de indiferencia y acritud; de esa naturaleza no se apartó nunca.

Amantes tuvo muchas, «las que le dio la putísima gana», según ella misma afirmó, desde Frida Kahlo hasta Ava Gardner. En México hizo de todo hasta lograr la nacionalidad, pero no fue allí donde comenzó su carrera profesional sino en Cuba, en 1951. Diez años después aconteció su alianza con José Alfredo Jiménez; su pareja musical y de correrías. Chavela llegaría a ser una de las estrellas más destacadas porque nadie como ella supo imprimir tan lacerante pasión a las letras rancheras y los boleros, potenciando con el desgarro de su voz la expresión del despecho, los celos o la angustia. Se le atribuye la frase: «¿Quién putas dijo que las penas se ahogan en alcohol si las hijas de su chingada madre saben nadar?».

Los excesos con el alcohol, sus amoríos lésbicos —que acabaron con más de un matrimonio, sino pregúntenselo a Emilio Azcárraga, cuya novia lo dejó plantado con flores el mismo día del casamiento por irse con la Vargas— le trajo como resultado más de un problema. El mandamás de Televisa vetó su carrera musical al sentirse ultrajado por el desplante de la novia con la que ya nunca se casó y Chavela tuvo el tiempo que valió para volver, con ayuda de Pedro Almodóvar y otros, completamente recuperada de su alcoholismo. Ellos la hicieron que volviera al escenario porque sabían que su nombre ya era imposible de olvidar.

Hay que saberse imponer sin bravuconada —eso lo aprendí de ella—, por eso mi admiración hacia su leyenda es muy grande.

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