Buñuel y el erotismo surrealista


dulcinea-gramajo_-perfil-casi-literal¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño

André Breton, en el primer Manifiesto Surrealista (1924) define al surrealismo como «un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética y moral». Él considera el estado de vigilia como un fenómeno de interferencia y elogia las virtudes del sueño como reveladoras de una realidad profunda, de tal manera que el surrealismo sería una especie de armonización entre la vigilia y el sueño; un punto en donde contradicciones como vida y muerte, real e imaginario, monstruoso y sublime, toman una tregua. El surrealismo pretende penetrar las capas más profundas del ámbito mental, y las teorías freudianas tuvieron un rol primordial para exponer el movimiento de una realidad que se supera.

El cine, una de las distintas artes en que se manifestó el movimiento surrealista, tiene en el español Luis Buñuel a uno de sus máximos exponentes. Después de graduarse de la carrera de filosofía y letras convivió con algunos miembros de la generación del 27 y se incorporó al movimiento surrealista de París, ciudad en donde concibió, en mancuerna con Salvador Dalí, su primera gran obra: el cortometraje El perro andaluz (1928).

Buñuel fue un cineasta sumamente genuino y no es de sorprenderse que su influencia llegara a otros directores como Federico Fellini y François Truffaut. El ejemplo más claro que se me viene a la mente es la gran semejanza que existe entre su película Los olvidados y Los 400 golpes de Truffaut; filmadas en contextos y países muy distintos pero entre las que hay una conexión fundamental de elementos, como lo son los niños y adolescentes arrollados por el infortunio, la marginación, la miseria y un destino que se ensaña con los más desposeídos, convirtiéndolos de esta manera en víctimas de sí mismos.

Luis Buñuel tenía una suerte de fijación y culto hacia la muerte y la representaba en sus películas a través de la figura de un perro; fijación que se crea en el cineasta a partir de dos hechos concretos de su infancia; el primero de ellos, haber sido testigo de cómo el ojo de un burro muerto servía de comida para las aves carroñeras; el segundo, haber presenciado durante algunos años las excéntricas procesiones en Calanda, donde se paseaban hombres disfrazados de esqueletos por toda la ciudad.

Uno de los ejes de la subversión surrealista fue el erotismo, y las películas de Buñuel no estuvieron exentas de esta cualidad. En su largometraje de 1970, Tristana, vemos cómo la inocencia y la ternura se transfiguran en la más despiadada perversidad digna de un súcubo. Para lograr esto, Buñuel se inspira en la obra homónima del escritor Benito Pérez Galdós —un maestro en la creación de personajes femeninos— y en la actuación de la actriz francesa Catherine Deneuve, quien también actúa en el largometraje Bella de día (1967), y quien para él era «bella como la muerte, seductora como el pecado y fría como la virtud». La suma de estos factores logran en Tristana esa sutil sensación en la cual no son las imágenes las que guían el deseo sino la sugestión que provocan. No cualquier actriz hubiese logrado verse impecablemente bella, elegante y sensual interpretando el papel de Tristana, una mujer a la que su propio destino termina convirtiendo en una persona inválida luego de perder una de sus piernas.

Otra producción de Buñuel impregnada por el erotismo fue Viridiana (1961) —filme también inspirado en una obra de Pérez Galdós: Halma—. Esta vez la musa de Buñuel es la actriz mexicana Silvia Pinal en el papel de Viridiana: una novicia rubia y curvilínea, de ojos grandes e incendiarios, en vísperas de tomar los hábitos de monja, pero que antes se ve obligada a visitar a su tío, quien ha subsidiado su educación. Ella, al caer en cuenta de la ingenuidad e inutilidad que representa la caridad cristiana, termina por abandonar su fe. Este abandono, sin embargo, no se muestra explícitamente, pero Buñuel, con mucha maestría, lo deja entrever en la última escena, cuando la muchacha penetra en una habitación y se entrega a un juego de azar que simboliza el inicio de una nueva vida alejada de sus antiguos votos monacales. El director español representa el erotismo de distintas formas a lo largo de este film, imágenes aisladas cuya connotación es evidente: leche derramada, ubres bovinas siendo ordeñadas, panecillos untados en huevos tibios, gatos cazando ratones.

Por medio de un audaz dominio del arte cinematográfico, Luis Buñuel develó la cristalización de los sueños, deseos, temores y obsesiones humanas, alcanzando así varios de los anhelos originales del surrealismo y desdibujando la frontera entre lo real e imaginario. Para él las limitaciones humanas eran nulas en los dominios del laberinto de los sueños.

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