Atwood y Houellebecq: lecturas de fe, sexo y poder


Noe Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal.jpgPara algunas personas los nombres de estos dos escritores, Margaret Atwood (1939) y Michel Houellebecq (1956), nunca deberían escribirse en la misma línea, pero los puntos de vista distintos pueden tener demasiado en común y ser el continuum del dibujo completo.

Este artículo se interesa en dos obras que a mi parecer tienen el mismo cable conductor distópico y muy cercano en la mayoría de los ambientes centroamericanos. ¿Qué pasa en una sociedad cuando el poder político y el Estado flirtea con la fe dogmática, sea cual sea, para lograr uno de sus más ambiciosos objetivos: el control de las masas?

Marx ya lo había dicho con eso del pueblo drogado con opio. Lo impresionante son los efectos que se respiran, que se sienten y se ven sin filtros en las calles o en las leyes. Cuando por X o Y motivo una persona se queda fuera de rituales dogmáticos y religiosos, es más fácil que estos hagan ruido pero también estoy segura de que lo perciben personas que practican esos rituales con amor y que minimizan los estados de alerta cuando la fe bloquea la coherencia.

Volvamos a las lecturas. Houellebecq es descarnado, misógino y faloegocéntrico en su novela Sumisión. Esta aborda una ficción política en la que somete a la sociedad francesa bajo el manto absoluto del islam. En una caricatura perturbadora muestra cómo es de fácil cambiar la democracia y la libertad por el código fundamentalista que encierra de nuevo a las mujeres y las invisibiliza, para que sean los hombres que se beneficien de puestos altos en cualquier lugar, hasta en los supuestos lugares idóneos para cuestionar y hacer preguntas: las universidades.

Aclaro: la academia y las universidades en Guatemala, desde hace años, están invadidas por granitos-muros de fe que llegan hasta las comisiones de postulación para fiscales generales. En las bases de la mayoría de las nuevas universidades privadas que giran alrededor de la tecnología predominan los «valores cristianos». Volveremos a ello luego.

El nombre de Atwood debería resonar ahora en los oídos y en las redes sociales de las nuevas generaciones gracias a que en 2017 se estrenó una serie de televisión homónima basada en su novela The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada) y que «arrasó» en los premios Emmy.

La novela de Atwood nos narra, en un diario anónimo, un sistema político cooptado por dogmas que justifican las ideas más arcaicas de reproducción, de clase, de trato desigual hacia las mujeres y de castigos sociales-divinos. Estados Unidos es el escenario de la novela pero puede replicarse en cualquier lugar-caldo de cultivo como el nuestro.

En la relación directa que tienen estos dos libros futuristas que me saben a «presentistas», resalta un machismo que el mismo Estado debe privilegiar y proteger. El poder debe ser solo para ellos y las prácticas sexuales siempre tienen un peldaño principal en los espacios de juego políticos y económicos. No es nuevo que los asuntos de Estado se resuelven con cocteles, fiestas y catálogos de mujeres; y que, si pocas mujeres ocupan puestos altos, las negociaciones no son tan convenientes ni sencillas como pagar el alcohol y el silencio.

En Guatemala, la fe dogmática salta de las universidades de «valores cristianos» a leyes con valores cristianos que niegan el derecho a la educación integral en sexualidad, por ejemplo. Es que el sexo y la fe también juegan en líneas imaginarias y perversas, como mantener la fachada de hogares de acogida para niñas y adolescentes, y encontrar detrás un negocio pujante de trata de personas con avales presidenciales y congresistas que velan para que esos privilegios divinos no sean estropeados por los intentos de corregir el sistema.

Recomiendo mucho las lecturas. En contraposición a Houellebecq, Atwood narra desde una visión panóptica y a triple línea. Luego deberíamos dar un paseo por las zonas consideradas rojas de la ciudad de Guatemala para enumerar los colegios y las iglesias. Los contrastes también deberían funcionar como alertas, así como los discursos políticos y las bendiciones.

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