Derecho a tener infancia


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal“Lawyers, I suppose, were children once”.
-Charles Lamb
(frase introductoria de Matar a un ruiseñor, de Harper Lee)

Algunos adultos han olvidado que alguna vez fueron niños. El 1 de octubre se celebra el Día del Niño en Guatemala. En las redes sociales muchos de mis conocidos compartieron fotografías de su infancia. Me hizo recordar la mía. Mis padres, en medio de todas las cargas laborales y malabares diarios, dieron a sus cuatro hijos la dicha de vivir esa etapa plenamente: nos dejaron ser niños.

Esa “suerte”-por llamarla de alguna forma- no la tienen todos. La inocencia se puede perder muy fácil cuando se es tan vulnerable. Se me vienen a la mente infancias que perdieron la dicha de ser protegidas, resguardadas. Quiero creer que hoy son vidas adultas más fuertes; claro, si lograron sortear los sórdidos escenarios que Latinoamérica ofrece a los innumerables niños que, por lo regular, no los espera una cuna confortable.

Al siguiente día de este volver a la infancia llega el Día Internacional de la No Violencia, el 2 de octubre. Niñez y violencia se entrelazan, los escenarios son muchos y predomina la constancia de que se mantenga una línea directa entre ambas. La inocencia de un niño asombrado por detalles debería representar calma y sonrisa, pero esto se irrumpe cuando aparecen predadores que engañan y mancillan a esos seres libres y puros. Hay demasiados niños y niñas que deambulan sin sentido, se vuelven presas tiernas y accesibles para adultos que hacen con ellas lo que quieran.

Las secuelas profundas no se atienden. ¿Cómo se desaprende que la violencia no es natural? ¿Qué hace que un adulto violente a un niño en cualquiera de sus formas, inclusive las más atroces? ¿Qué enfermedades mentales y sociales les hace creer que un niño es una “cosa-objeto” en la que se descargan perversiones o emociones frustradas?

Existen dos extremos sumamente peligrosos: el primero es no comunicar. Hay quienes piensan que los niños son tontos y los subestiman, que no deben ni tienen que saberlo todo, que no hay que alimentar su curiosidad ni darles respuestas a sus preguntas, que son seres que no se enteran de lo que pasa a su alrededor. Lo peor es cuando esta mentalidad viene de los hogares y se termina de adoctrinar en las escuelas.

El otro extremo es ignorar, vendarse los ojos o voltear el rostro cuando se trata de explotación sexual o laboral de niños, cuando hay abuso de muchas maneras y luego criminalizamos al adolescente que no contó con un adulto para protegerlo de su propio entorno caníbal.

Niños con todo en contra también los encontramos en la literatura. Particularmente, me encanta que J. K. Rowling recreara un personaje como muchos de estos niños: uno sin padres, que crece entre la violencia y la pérdida. Un niño que pudo haberse convertido en otro asesino, en medio de mucha soledad, abuso, rabia e incomprensión. La diferencia es que en esa historia hay adultos que lo protegieron, que cuidaron de él.

Además de caridad, ¿qué hacemos con los niños que algunos adultos desechan? ¿Qué les responderemos cuando pregunten? ¿Qué esperamos que sean cuando lleguen a ser los adultos que olvidaron o no se enteraron de que tenían derecho a tener infancia?

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