La Casa Cervantes: donde convergen personas, energías y cultura


Noe Vásquez Reyna_ perfil Casi literalAl hablar de centros culturales, no quiero mencionar esos que se abren como bares y luego cuelgan cuadros en alguna pared mal iluminada u organizan música en vivo mientras los consumidores tratan de ligar en espacios reducidos. Es muy posible que la cultura violenta que arrastramos no sepa que existen los derechos culturales. Estos «son fundamentalmente derechos humanos para asegurar el disfrute de la cultura y de sus componentes en condiciones de igualdad, dignidad humana y no discriminación. Son derechos relativos a cuestiones como la lengua; la producción cultural y artística; la participación en la cultura; el patrimonio cultural; los derechos de autor; las minorías y el acceso a la cultura, entre otros», como lo explica culturalrights.net.

La Casa de Cervantes es uno de los centros culturales más antiguos de la ciudad de Guatemala y se ha mantenido con altas y bajas durante 15 años (muchos espacios similares no han durado ni los dos años). Abrió sus puertas el 12 de diciembre de 2003, cuando empezaba el proyecto de recuperación del Centro Histórico impulsado por la Municipalidad, con el arquitecto Álvaro Véliz como uno de los promotores. «Los motivos para hacerlo son aquellos que nacen de las incertidumbres que tenés como ser humano, es algo que nace de ti cuando ves que no había espacios en el centro que representaran tanto la idea de la literatura, porque en principio era la literatura, y después todo se va dando», recuerda Ivette Aldana, su fundadora.

«El interés de Ivette siempre ha sido ese, el de mantener con energía y pasión este espacio cultural. En Guatemala es difícil mantener este tipo de espacios por muchas razones, pero ella, pasionaria de las artes, nos inyecta intenciones que beneficiarán a muchos e inculcarán aportes a la cultura. Esperemos que esto sea para largo», dice Cristóbal Pacheco, gerente general de La Casa del Libro, la librería que ocupa uno de los espacios de la Casa.

Según Aldana, «la base era crear un proyecto que se abriera a todo. Fue algo muy espontáneo como el Quijote, que va a pelear con molinos». Y sí, este espacio ha tenido de todo. La Torana fue el primer colectivo de artistas visuales que montó una exposición en este lugar. Aquí se llevan a cabo presentaciones de libros, exposiciones, conciertos, mercaditos artesanales, clases de yoga, talleres de encuadernación y pintura, y cine alternativo. En sus salones se hacen conferencias de prensa o reuniones de trabajo y en las mesas del pasillo se ven con frecuencia a periodistas que escriben sus artículos.

«Para la Casa del libro, aparte de tratar de aportar cultura escrita a la comunidad, ha significado el poder interrelacionar con los lectores empedernidos, los intelectuales que se preocupan por los problemas recurrentes del país, y mucha gente que visita La Casa de Cervantes, y que siente cómo este espacio representa un oasis de cultura y paz dentro del Centro Histórico, a veces caótico a veces desesperante o deprimente», comenta Pacheco.

Ivette abrió este espacio para un arte más abierto, incluyente y, como la vida, ha sido cambiante y en movimiento. Años después de su apertura albergó el café Alhajadito, inspirado en el libro de Miguel Ángel Asturias y con el apoyo de Oxfam, que ofrecía café de ocho cooperativas. La tienda de comercio justo vino después, con cooperación canadiense, y con el tiempo se convirtió en un puente para muchos productores artesanales.

«Casa Cervantes tiene el nombre justo para el lugar, primero el concepto de casa, de hogar, de un lugar donde poder llegar o donde poder volver. En 15 años han logrado que muchos sintamos de ese espacio… Sí, una casa —favores incluidos, jaja—. Y la de Cervantes, pues también, en realidad no imagina uno a un Cervantes opulento, sino más bien fraternal, cercano, con sus secretos y sus generosidades», dice el escritor, poeta y amigo de la Casa, Julio Serrano Echeverría.

Una parte importante de La Casa de Cervantes es la confluencia de energías. «Es una casa tomada, pero no tan tomada como la de Cortázar», dice su fundadora. Quien conoce a Ivette sabe que la casa tiene mucho de su energía, compartida e interconectada con otra energía femenina: la de su antigua dueña, quien la sigue habitando. Ivette es quiromántica: «Este es un espacio que trata de mantenerse y aportar desde mis propias limitaciones, que busca la armonía en cada esquina, que se conecta con otras dimensiones en una lucha amorosa para ser una isla que no llega a oasis, que es para otros porque todos somos un todo». En estos 15 años Ivette y La Casa de Cervantes han contado con sus propios Sanchos, ese apoyo que dan familia y amigos en un caminar sin destino fijo, en ese existir, en ese vivir el día, como lo hacen todos los guatemaltecos, pero que se dirige a una nueva era de cambio.

Este 12 de diciembre La Casa de Cervantes será una quinceañera que celebrará con sus amigos con un conversatorio sobre la importancia de los espacios culturales, una exposición de arte y una pequeña fiesta como agradecimiento al universo por su existencia.

Y en 2019 vendrán otras posibilidades para este centro cultural: aparte de la librería y la tienda de productos orgánicos y artesanales, La Casa de Cervantes albergará sucursales del café Rojo Cerezo y de la pizzería L’Aperó.

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