Los tipos de silencio en el cine documental


Noe Vásquez Reyna_ perfil Casi literalAl buscar información sobre el cine documental fui intuyendo que su función primordial es hacernos recordar (pasar de nuevo por el corazón) lo que fácilmente se olvida cuando la tecnología viene, crece y se desarrolla bajo el brazo de las nuevas generaciones.

Según Ernesto Guevara Flores, en el sitio web Pacarina del Sur «los primeros documentalistas (Louis Lumière, Georges Meliès) realizaron una captura pasiva y estática de imágenes, con narrativa lineal, y sus obras no fueron concebidas para estimular el debate, solo para divulgación. El primer aporte moderno fue el montaje, en la obra del ruso Dziga Vertov. Robert Flaherty aportó la idea del guion y la observación participante, y que un documental requiere investigación».

Ya con eso podemos suponer que pasar las cosas de nuevo por el corazón requiere una búsqueda y contraste de información. Sentir también puede exigir ciertas conexiones cerebrales y, en este caso, hacer que alguien se encargue de armar rompecabezas muchas veces complejos a sabiendas de que las piezas no estarán completas.

Guevara Flores agrega que fueron los británicos, con John Grierson a la cabeza, quienes aportaron la idea de que el documental «tiene un sentido cívico y ciudadano, de diálogo entre público y autoridades. La escuela británica influyó en los norteamericanos en la formación de modelos documentales nacionales».

En Centroamérica tenemos varios ejemplos de cine documental que muestran precisamente estas historias nacionales que nunca terminan de ser suficientes ni de contar todo lo sucedido en estas tierras. Muchas veces han estado bajo sombras inmensas de silencio. En esta misma revista, contamos con una especialista en el tema desde Nicaragua, y en Guatemala existen esfuerzos como la Muestra Internacional de Cine Memoria Verdad Justicia, que ha tenido sus reveses para tener ese diálogo ciudadano.

En estos días de febrero —el 13 para ser exactos—, el Centro para La Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) organizó una presentación especial del documental La asfixia, de Ana Isabel Bustamante, en el marco de la conmemoración del 37 aniversario de la detención ilegal y desaparición forzada de Emil Bustamante. Este filme ya había sido presentado durante la Muestra Internacional de Cine Memoria Verdad Justicia 2018, en octubre.

El documental es de alguna manera especial porque la cineasta que nos muestra en pantalla sus investigaciones es la misma hija de Emil Bustamante, un joven veterinario y sociólogo que fue detenido y desaparecido el sábado 13 de febrero de 1982 en un retén militar en la ciudad de Guatemala. El 23 marzo de ese año fue visto terriblemente torturado el cuartel militar de Matamoros, lugar que actualmente es la cárcel VIP para militares y exfuncionarios encerrados por corrupción.

En una parte de La asfixia en la que se está entrevistando a Marylena Bustamante, activista y  hermana de Emil, el sonido se apaga. Al principio pensé en todos los problemas técnicos que afronta un país como este, despojado y tercermundista, e iba a empezar a quejarme por la incomodidad que me provocó ese silencio cuando la voz en off de Ana Isabel admite que hay cosas para las que aún ella misma no está lista, no está lista para escuchar el horror, no en la piel de su padre, supongo.

La sinopsis del documental es esta: «A Ana a veces le falta el aire. La causa, según su madre, es que durante su embarazo hubo un momento en que no pudo respirar. Fue durante el conflicto armado interno en Guatemala, en la tarde del 13 de febrero de 1982. Ese día, el padre de Ana, Emil, fue detenido y desaparecido como otras 45 mil personas. Ahora, en el silencio y el miedo que aún perduran en una sociedad de posguerra, Ana
se sumerge en la memoria de sus familiares y de quienes conocieron a su padre,
entre los recuerdos que todavía no han pronunciado o esconden».

En un video-registro corto hecho con un teléfono celular la investigadora y activista trans argentina Claudia Vásquez Haro dice: «La historia no es algo estático, la historia es algo móvil», y recordé que es por eso que la historia debe contarse de muchas maneras, debe repensarse, dialogarse, escucharse, deconstruirse y sobre todo sentirse desde el silencio que provoca en las gargantas, en los oídos, en el cuerpo de quienes viven y asumen las huellas-cicatrices que esta ha dejado.

Existen muchos tipos de silencios: los que otorgan, los que oprimen, los que son originados por el miedo o la ignorancia, hay unos que se guardan, otros que se esconden. En torno a la desaparición forzada, Ana Isabel Bustamante afirma que es un tema en el que siempre hay un silencio. «No se habla porque duele». El cine documental, además de recordar, nos revela una infinidad de silencios. No los juzga o categoriza, solo los muestra.

Guevara Flores explica que este género de cine «deja de ser un registro mecánico de acontecimientos de algún aspecto de la realidad objetiva, con narrativa lineal. Dando un gran paso sobre el “cómo” se debe narrar y plantear un tema». Como la historia, el cine documental también es móvil. «El documental es ahora una interpretación de la realidad, donde el documentalista da a dichos acontecimientos un sentido propio, logrando una representación particular, aunque no ficcional, cuyo discurso puede ser subjetivo», agrega Guevara Flores. «Pasa a ser así una representación reconstruida que concede libertad y espacio a las tomas, y que además de sus bases informativas tiene funciones de reflexión», concluye.

La narrativa de La asfixia es calmada, emocional y reflexiva; no invade. No quiere convencernos de nada; la lente y la voz de Ana Bustamante conectan a los espectadores con el tema incomprendido y desolador de la desaparición forzada que incomoda por sus silencios y se entrelaza estrechamente con otras esferas de una sociedad que se carcome a sí misma por no afrontar su historia y la grotesca impunidad que hay ella.

[Foto de portada: Fundación H.I.J.O.S. de Guatemala]

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