¿Tenemos derecho a decidir?


Noe Vásquez ReynaDe enero al 16 de septiembre de 2020 se registraron en Guatemala 77 mil 847 embarazos en adolescentes de entre 10 y 19 años, según datos del Observatorio en Salud Reproductiva. Para muchos quizá es impensable relacionar esa cifra con la vida cotidiana y simplemente se escapa la capacidad de dimensionar qué significan esas decenas de miles en una sociedad centroamericana como la nuestra.

El 28 de septiembre se ha fijado el Día de Acción Global por un Aborto Legal, Seguro y Gratuito, y la mayor parte de la población tiene una opinión sobre el aborto. Esa opinión es a veces políticamente correcta, mientras que otras, trata de ser consciente; pero la que predomina, me atrevería a decir, es completamente desinformada, egoísta, irresponsable y con muchos tintes religiosos.

También es posible que todas esas opiniones con sus matices se bamboleen entre una utópica libertad de decidir y desear colaborar con el infierno e infligir torturas «adecuadas» a las supuestas «asesinas» de bebés-no-nacidos (sic), en lugar de pensar en «eliminar óvulos fertilizados», como dijo Carolina Vásquez Arraya: «El juego de palabras es una agresión innecesaria».

En el uso de los términos —no hay ciencia que valga ni refute el cielo o el infierno con sus métodos— radica la mayoría de nuestras confusiones como humanidad. Es nuestra Torre de Babel que se erige quizá más torcida cuando nunca reparamos en que no establecemos diálogos con las diferencias, sino soliloquios extensos que no dan tregua a la escucha.

Entonces nos encanta opinar sobre el aborto, pero muy pocas veces podemos opinar sobre los violadores. Datos del año pasado indicaban que cada tres horas una niña quedaba embarazada a consecuencia de una violación, por lo regular cometida por padres, hermanos, tíos y hombres cercanos a la familia.

En Guatemala es delito tener relaciones sexuales con personas menores a 14 años: es violación. Pero cuando se llama al Código Penal, entonces saltan las almas buenas a decir que los adolescentes no deben hablar de sexo ni tenerlo, y ahí empieza una cadena de mentiras moralistas que nos imposibilita criticar los mismos valores que tanto invocamos sin que exista de fondo el cumplimiento de leyes en las que se incluye una educación mínima y una atención integral en salud, salud reproductiva y educación integral en sexualidad, por ejemplo.

El hashtag #ElVioladorEresTú incomodó e indignó a tantos que devolvió con miles de mensajes de odio la culpa a las mujeres. A muchas personas les molesta escuchar que las mujeres continúan en desventaja respecto de los hombres en todos los espacios de la vida, no digamos en espacios reducidos de arte o literatura. El odio sube cuando se habla de aborto y los derechos de las mujeres. Las llamadas abortistas (nombre horrible como si fuera un equipo de gimnasia divertida) son mujeres que tratan de dialogar sobre la base de tres principios básicos: educación sexual para decidir; anticonceptivos para no abortar; aborto legal para no morir. Yo no les llamaría abortistas, quizá solo son mujeres.

En Twitter alguien preguntaba por qué los derechos de la población LGTBIQ están asociados al aborto. Yo respondería: porque el aborto está asociado con todos los derechos de toda la humanidad. La lucha por los derechos de las mujeres nos recuerda que la mitad de la población mundial no tiene derecho a decidir sobre su propia vida y eso se vuelve un espejo para la otra mitad: quizá la otra parte del mundo tampoco la tenga, pero quiere seguir creyendo que sí.

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