Un niño, un poeta y una sentencia


Noe Vásquez Reyna_ perfil Casi literalEmpecemos por la sentencia. Entre marzo y mayo de 2018 tuve el honor de que me asignaran la cobertura del juicio por el caso Molina Theissen. Fue un proceso desgastante en el que se juzgaron a cinco altos mandos del ejército guatemalteco por desaparición forzada, delitos contra los deberes de humanidad y violación con agravación de la pena.

Cada día la evidencia contra los militares era contundente. La valentía, el coraje y la templanza de las mujeres de esta familia (doña Emma Theissen, María Eugenia, Lucrecia y Emma Guadalupe Molina Theissen), perseguida y golpeada sistemáticamente durante los años más álgidos del conflicto armado interno, fueron ejemplares y reivindicaron las acciones que las ciudadanas y ciudadanos pueden tomar para contrarrestar un sistema corrupto, violento y desigual sin ser beligerantes, como la organización y la participación política para intentar que algo cambie.

Detrás de la cobertura estaba la persona que absorbe la información sobre un proceso que fue duro de asimilar. Escuchar la perversión y la crueldad de los crímenes cometidos, que intentaban ser justificados «en defensa de la seguridad nacional» era asqueante. Tuve varios flashbacks cuando expertos hablaron de las consecuencias de la tortura y la violencia sexual, sobre la fragmentación de la personalidad, sobre los mecanismos de defensa que se activan para sobrevivir en circunstancias en donde la dignidad se violenta hasta reducirla a polvo. Tuve flashbacks con dolores de estómago, con sensaciones intensas de frío, con recuerdos que se agolpaban por aquellos taxistas de la Roosevelt, por los secuestros y las violaciones en manada que cometieron contra muchísimas mujeres, una de ellas, mi pareja en ese entonces.

Los procesos de justicia deben ayudar a sanar las heridas. No es, como muchos pro militares recitan, «buscar venganza». No. Se quiere justicia por esos actos injustos que se cometieron voluntariamente, como la venganza que quiso cobrarse el ejército el 6 de octubre de 1981 en el cuerpo de un niño de 14 años.

Continuemos con el niño. Marco Antonio Molina Theissen tenía 14 años cuando miembros del Ejército se lo llevaron violentamente de su residencia. «Desde entonces, pese a los esfuerzos inquebrantables de la familia Molina Theissen, al día de hoy se desconoce su paradero», dice la sentencia del Tribunal de Mayor Riesgo C, dictada en la ciudad de Guatemala el 23 de mayo de 2018. A Marco Antonio se lo llevaron porque su hermana Emma Guadalupe logró escapar de una base militar después de haber sido torturada y violentada sexualmente durante días. Eso para mí es venganza.

«El delito de desaparición forzada es de carácter permanente», afirma la sentencia. Tres años después de la desaparición forzada de Marco Antonio un poeta sería secuestrado-desaparecido el 15 de mayo de 1984. Ese poeta era Luis de Lión. El Estado de Guatemala reconoció su responsabilidad en el hecho en 2004.

Terminemos con el poeta y del porqué lo nombro en esta historia. Lucrecia Molina Theissen considera como «privilegio enorme» haber conocido a Luis de León, el maestro de escuela:

«Con la prepotencia de las edades jóvenes, esta que recuerda y escribe confiesa con pena que “corregía” las notas de Luis. Él, al enterarse por mí de mi osadía, solo dijo “está bueno, patoja”. Después se me cayó la cara de vergüenza cuando me enteré que estaba cometiendo un delito de leso poeta, escritor y novelista, ganador de los Juegos Florales de Quetzaltenango de 1972 con su novela El tiempo principia en Xibalbá. Encogida, me disculpé con él. Con una de sus sonoras carcajadas le oí decir “no te preocupés, patoja”, con lo cual me dio una lección de modestia y humildad que nunca olvidé».

Lucía Escobar escribe en la contraportada de Los zopilotes y su segunda muerte, de Luis de Lión: «Como en la más triste de sus historias, un 15 de mayo de 1984, a los 45 años de edad, Luis de Lión salió de su casa y nunca más regresó. Las fuerzas represivas del Estado guatemalteco lo asesinaron. Su cuerpo no apareció, pero sus relatos son semillas que esparcen vida».

Releo ahora los relatos de este poeta, escritor, maestro y militante político. Son breves y profundos. Sumergen en reflexiones incómodas, nombran lo cotidiano de este país que ofrece realidades desiguales que se repiten aún todos los días. Y siento como si nos hablara de la mitad de lo que somos y rechazamos, de esa esencia indígena en un país racista que jamás se cuestiona porque se niega una parte del ser. Luis de Lión supo describir la dureza con ternura, con un lenguaje llano, sencillo pero no simple, porque es como una catarata de sentires y verdades que golpean el pecho como agua fría a la vez que abrazan.

La historia de Guatemala se puede leer también de otra manera en su literatura, y su literatura nos puede pincelar las caras diversas de esa Guatemala tan frágil y violenta. Coincido en afirmar que la impunidad del pasado es la impunidad del presente, coincido en que para alcanzar la paz se necesitan procesos de justicia, y no de olvido ni de amnistías. Coincido en que necesitamos el derecho a la verdad y a la memoria. Coincido en reivindicar las militancias políticas y poéticas de quienes se llevaron la peor parte en el conflicto armado. Coincido en que la palabra puede romper muros y silencios que este país tiene atorados en la garganta. Coincido en que realidad y arte no son excluyentes y que este último tiene la responsabilidad enorme de nombrar su tiempo.

Tanto la justicia como la palabra sanan. A mí, este confluir de procesos y lecturas me continúan cicatrizando las heridas que inflige esta tierra que odio y que amo.

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