Desmitificando la ingenua y romántica idea del embarazo y la maternidad


Lahura Emilia Vásquez Gaitán_ Perfil Casi literalAmo los tatuajes y algunos me parecen completas obras de arte. Sin embargo, nunca pasaría por el pinchazo de una aguja. Aprendí a consumir licuados que a la mayoría le parecerían vomitivos (ajos, cebollas y miel, por ejemplo) solo porque la literatura fue lo suficientemente persuasiva como para hacerme ver sus múltiples propiedades. He visto atletas de alto rendimiento sufrir lesiones de tal magnitud que, mientras a mí me desmotivarían en el acto, en ellos lo único que logran es hacerlos regresar al redil con más fuerza.

Es increíble cómo, con un poco de conciencia, los humanos estamos dispuestos a sufrir dolor, hacer cosas que nos lastimen o, a veces, que ni siquiera nos gustan. Las escogemos porque queremos, porque el acto de sabernos realmente libres pasa por escoger cualquiera de las opciones y no solo las que el discurso normativo escogería por nosotros.

Cada vez que me dediqué a desmitificar la maternidad estando embarazada sentí la mirada desaprobatoria de muchísimas personas. Era como si existiese un pacto de silencio basado en «sólo diremos lo bonito, lo demás, no». ¿Es en serio? ¿Mandamos a las mujeres a una experiencia tan intensa como la maternidad sin ser completamente francas? Solemos concentrarnos en la parte ideal, más no en la real, que es la que al fin y al cabo importa. ¿A qué tipo de valores apelamos cuando ocultamos información valiosa sobre procesos tan trascendentes como el embarazo y la maternidad en una sociedad donde todavía falta tanto apoyo y acompañamiento? Me dije a mí misma que yo no haría lo mismo y aquí estoy, siendo tan honesta como puedo.

Me dediqué a confesar a viva voz cómo me sentía y lo que más me sorprendió fue la cantidad de historias similares que fueron apareciendo. Muchas mujeres me contaron cómo la habían pasado durante sus embarazos y me di cuenta de que yo he sido realmente afortunada en comparación a ellas, pues muchas experiencias difíciles de sus relatos yo no las viví.

Comprobé que al igual que ocurre con la historia del príncipe azul y el «fueron felices para siempre», la «dulce espera» solo existía en un plano: el de las ideas. Todas forman parte de las muchas estafas que nos ofrece el imaginario colectivo. Los que se empeñan en vendernos la idea de que «el matrimonio debe durar para toda vida», que «solo existen hombres y mujeres» y que la pobreza es producto de «la gente haragana que no quiere trabajar» son los mismos que insisten en repetir hasta el hartazgo que no existe nada más bello en la vida de una mujer que ser madre.

Existe una supremacía social alrededor de la maternidad. Toda la idealización en torno al estado de gestación no expone lo que pretende mostrar, sino todo lo contrario. Cuando una mujer joven dice «No quiero ser mamá» o cuando una embarazada dice «Esta espera no tiene nada de “dulce”», un mecanismo de autodefensa se activa en un gran número de mujeres, dejando expuesto un sentimiento de inferioridad mal disfrazado de una falsa superioridad. «Si yo me jodí, todas tienen que joderse». Cuando le quitemos superioridad moral al hecho de ser madres, también dejaremos de sentirnos inferiores frente a las mujeres que por una u otra razón han decidido no asumirlo.

Las chicas jóvenes que desean ser madres deben estar preparadas para una serie de decepciones. La primera es que el embarazo es física y anímicamente difícil y no es igual para todas. Cierto que unas pocas se lo pasan de maravilla, pero para otras son nueve meses de vómitos y náuseas sin parar, estados emocionales que suben y bajan, dolores de espalda y piernas, un hambre brutal y, por si fuera poco —no se les ocurra confesarlo—, se sentirán solas y devastadas.

Segundo: son muchos los estadios emocionales que hay que atravesar. La aceptación de cosas que no se tenían previstas, la renuncia a otras que estaban planificadas y la adaptación de nuestros sueños y metas bajo nuevas condiciones. Es un vernos diferente y convencernos de que aun con los cambios que conlleva aún es posible hacer muchas cosas. En una sociedad que se esfuerza por anular las emociones y sentimientos, yo les digo a todas lo siguiente: no existen las formas buenas ni malas de sentir: tan solo deberíamos darnos el espacio de sentir sin presiones externas o juicios aprendidos de nuestro consciente. El inicio de la maternidad es un camino profundamente personal y nos confrontará en lo más hondo de nosotras mismas. No hay por qué temer de verse hacia adentro, sin cortinas, ni maquillajes.

Tercero: no existe conciliación laboral con el embarazo. La legislación de Honduras, mi país, otorga seis semanas antes y seis semanas después de la fecha probable del parto; supongo que en el resto de Centroamérica y en otros países será algo parecido. En la gran mayoría de casos este período resulta insuficiente. Para satisfacer las necesidades nutricionales de nuestros pequeñitos ocupamos seis meses de lactancia materna exclusiva, y esto se vuelve un imposible si salimos de casa temprano y regresamos 8 o 10 horas después. Con el corazón y la conciencia partida hay que darles la bienvenida a las leches de fórmula, nurserys y subempleo forzado y decirle adiós a la utopía de ser madre y ver crecer a nuestros hijos, pues en el siglo XXI papá y mamá tendremos que trabajar para mantenerlos. La lucha por permisos de «conciliación» verdaderamente justos aún está en pañales y tendremos que reivindicarla.

Cuarto: debe quedar clarísimo que la sociedad no ayuda a nadie a ser madre. Quien desee serlo tendrá que hacerlo con sus propios esfuerzos y a costa de múltiples sacrificios. Y tristemente, en muchísimas ocasiones, la criatura y la misma madre tendrán que pagar un alto precio en varios sentidos: afectivos, económicos, enfermedades y conductas que quizá solo sean palpables a largo plazo.

Conversando con un amigo, me decía lo siguiente: «Es cierto, el embarazo no es ninguna enfermedad, pero a ninguna hembra embarazada en el reino animal se le exige estar madrugando, correteando y afanándose en tareas complicadas, con regularidad mecánica, seis días a la semana; y ya en ello, rendir con la lucidez de una “profesional”, sonrisa al viento, como si acabara de salir de un baño en agua de rosas después de un profundo sueño inducido por una concienzuda sesión de masajes. No, los animales en estado “interesante” son activos pero solo cuando les da la gana; nadie les hará deducciones de dinero si se pasan un segundo de la hora, como lo hacen aquí. Así, el organismo puede cantar y bailar a su propio ritmo, armoniosamente. Nunca he entendido el orgullo que ponemos los seres humanos en situaciones ligeramente comprometidas de salud, edad o preñez cuando nos empeñamos en “rendir” para el sistema incluso mejor que una persona joven en el pináculo de sus facultades. En ese afán solo conseguimos enfermarnos y acortar nuestra vida».

Sueño con el día en que las chicas escojan ser madres desde la libertad que da el conocimiento y no desde la imposición social que les otorga ser poseedoras de un útero. ¡Ojalá la maternidad fuera tan sencillo como tener matriz! La maternidad exige mucho más que una estructura orgánica destinada para ello, requiere de altas dosis de vocación, tiempo, presupuesto, madurez y disponibilidad emocional. El discurso normativo socialmente aceptado invisibiliza demasiadas cosas y desde esa posición de fantasía e idealización es imposible que las mujeres hagan valoraciones justas y reales.

No importa lo que nos pasó a nosotras, lo importante es ir y decírselo a las demás para que no lo vivan igual, para que nos superen, para que sus experiencias sean mejores y sus decisiones más libres. Si deciden evitar conscientemente ser mamás, que lo hagan sin culpas y con conciencia. Si algunas de ellas, o todas, no quisieran ser madres, está muy bien: un planeta superpoblado y sin cama para tanta gente se los agradecerá. Así, si desean tirarse todo el sueldo encima y dedicarse a viajar, fantástico. Hay muchas cosas interesantes que podemos hacer con nuestra vida en vez de ser mamás simplemente por tener útero. Una de ellas es ejercer la maternidad —que no es lo mismo que lo anterior—, pero no la mejor, mucho menos la única.

Para que una sinfonía salga bien dependerá mucho del talento de quien la ejecute. No basta con tener un instrumento, pues no todos tienen la habilidad ni el conocimiento para ello. Cierto es que el amor que puede generar una criatura que crece adentro de nuestro cuerpo no tiene comparación, pero ese amor también se gesta, anida y crece. Extiende la conciencia para llevarla a otro plano. Es un proceso lento y ocurre simultáneamente con la transformación de nuestro cuerpo, emociones y mente.

Creo firmemente que muchas mujeres no debieron ser madres porque no tenían vocación y lo fueron tan solo porque no les quedó de otra. En una sociedad «avanzada» y con un planeta superpoblado como el nuestro, es triste que esa siga siendo una razón para tener hijos. Hablemos abierta y honestamente sobre lo que implica la maternidad y estoy segura de que pese a las dificultades que conlleva siempre habrá quien escoja serlo. Asegurémonos de brindar todas las opciones de seguridad en la interrupción temprana del embarazo y métodos de esterilización permanente para quienes no quieran serlo. Porque lo que necesitamos para llevar «bien» las cosas y hacernos responsables de ellas no es que sean fáciles, sino tener conciencia sobre lo que implican.

Mis tatuajes de golondrinas enrolladas en infinitos tendrán que esperar a la resurrección de los muertos porque este cuerpo es demasiado cobarde para someterse al dolor de tantos agujazos. Nunca, ninguna de mis amigas tatuadas, me ha dicho «no sabés de lo que te perdés». No. Para ellas no hay superioridad en tenerlos o no tenerlos, es una libre elección. A fin de cuentas, ¿por qué habríamos de creer que los demás son capaces de extrañar algo que nunca experimentaron?

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