Perder para ganar


Lahura Emilia Vásquez Gaitán_ Perfil Casi literalSegún cifras del Banco Mundial, para el año 2050 la producción de desechos habrá incrementado en un 70%. El mundo consume recursos como nunca antes y las consecuencias de este descomunal malgasto las pagamos todos. Si bien el problema ha sido provocado por una parte de la población —la que tiene el dinero para consumir mucho más de lo que necesita—, las consecuencias nos atacan a todos por igual.

Mi historia consumiendo muchas más cosas de las que ocupaba se remonta a cuando volé de casa y empecé a vivir por mi cuenta. En la búsqueda de «algo» que ni yo misma sabría describir qué era, acabé llena de muchas cosas: ropa, zapatos, libros, accesorios, enseres y cualquier cantidad de absurdos que solo sumaban polvo a los lugares donde vivía. En mi vida, cada recomienzo significó la pérdida de muchas cosas y la adquisición de nuevas. Cada vez que me mudaba de lugar intentaba aprender: «Mejor es que rente un sitio que tenga incorporados los armarios para la cocina y para la habitación» pues cada mudanza siempre supuso pérdidas: cosas que se dañaban, otras que se perdían, otras que se quedaban en los sitios donde había vivido porque habían sido adquiridas para ese lugar en especial y ya no cumplían la misma función en otro…

Cuando tuve dos empleos, quince libras menos y el cuadro de tristeza más agudo de mi vida, comprar se convirtió en una manera torpe de relajarme y evadir la realidad. Decorar mi pérdida de peso y todos mis vacíos internos con cosas que se vieran bonitas y alegres por fuera parecía una gran idea. Y es que si logramos mimetizar la apariencia con una realidad ideal, no importa que el interior nada tenga que ver con esa proyección. Vivir de las apariencias es mucho más efectivo y simple que enfrentar la realidad porque nos hace «parte de», nos regala grandes dosis de «normalidad» y, sobre todo, nos garantiza la aceptación social, tan necesaria para nuestros golpeados y delicados autoconceptos. Sin embargo, esto tiene un precio: como un pozo se van creando agujeros cada vez más profundos en nuestro interior que nos alejan de nosotros mismos y de la posibilidad de ver nuestra verdadera esencia.

La última mudanza representó cinco bolsas extragrandes de basura y con mucha vergüenza me prometí a mí misma y a este planeta que sería la última vez. Trabajar para comprar cosas que después tiraría me robaba un tiempo valioso e irrecuperable de mi vida, que bien pude haber dedicado a mis pasatiempos o compartir con las personas que amo. Sentí que producir un rastro de desechos descomunal me evidenciaba como un ser no pensante y egoísta, no solo conmigo, sino con la Tierra. Mientras mi sueño de ver emancipada y organizada a la colectividad en un gran levantamiento mundial contra las multinacionales se cumple, no está de más ir haciendo lo propio, pues todo cambio colectivo inicia en un sentir individual.

Deshacerme de la mayoría de las cosas que tenía me dejó muchas enseñanzas. Una, es que se puede vivir solo con lo necesario; segundo, que este concepto debe replantearse dado que en la sociedad actual muchas comodidades y lujos se entienden como «necesidades» cuando objetivamente no lo son. Hoy tengo mucho menos, es cierto, pero soy consciente de lo que tengo. De repente, vestirme se convirtió en una tarea de cinco minutos y doblar mi ropa también. Me visto mucho más rápido que antes, que podía naufragar horas y horas sin decidir qué ponerme. Vaciar la cocina y dejarla solo con lo necesario y útil, estar consciente de las cosas que hay y saber que no están vencidas ha hecho que cocinar se vuelva una tarea que disfruto y ya no evito.

Quien crea que el acto de organizar es tan superficial como leer estas líneas, se equivoca. Optar por un estilo de vida ligero tiene implicaciones mucho más profundas que autodeclararse «minimalista» como parte de una moda. En mi caso, todo mi problema con las cosas correspondía a una forma de pensar, de ser y a un estilo de vida. Deshacerme de muchas cosas me obligó a replantearme la persona que había sido y me obligaba a pensar en quién quería ser realmente.

Cuando leo las críticas que algunos hacen a Marie Kondo me doy cuenta de que ni en broma han intentado utilizar su método. Quizá sea que mi camino para llegar a sus conclusiones fue muy diferente al de simplemente querer ordenar las cosas. Para mí, ordenar y renunciar influyó en mi vida, no solo a nivel superficial. Reorganicé mi escala de valores, prioricé y me enfoqué en lo importante; pero sobre todo descubrí que mientras más vaciaba hacia afuera, más iba aligerando adentro. De repente las sensaciones transmutaron: internas, externas, era lo mismo. Ver una habitación vacía y decir «¡Qué limpio! ¡Cuánta cosa que me impedía ver claramente!» también era algo que ocurría a niveles animísticos.

Creo que es inevitable hacer el proceso anterior sin que la apariencia externa cambie. Quizá renuncié a la muñeca decorada y arreglada 24/7 que solía ser y, la verdad, no me importa. Convencida estoy de que aquel que quiera ganar siempre tiene que estar dispuesto a perder y en honor a la verdad puedo decir que no hay balanza que equilibre todo lo que se gana cuando dejamos ir las cosas.

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