Posdata a #Los2000


Luis Baez_ Perfil Casi literalCuando en 2012 Ulises Juárez Polanco (1984-2017) me incluyó en una antología y una serie de charlas a las que llamó «Los 2000: Autores nicaragüenses del nuevo milenio», me asaltó una inquietud que, aunque siempre estuvo allí, desde entonces persistió en forma de sospecha. La selección, basada en el criterio más o menos arbitrario de haber publicado por primera vez entre 2000 y 2010, estaba compuesta por diez autores. Las charlas se llevaron a cabo en la mediateca del Centro Cultural de España en Nicaragua. Creo que todos —con mayor o menor afinidad— nos conocíamos, pero no había razones evidentes para considerarnos un «grupo generacional» o para pensar en «tendencias generacionales». Según entendí, las sesiones buscaban indagar, entre otros, ese asunto.

Escuchándonos discurrir durante los largos y detallados conversatorios que Ulises sostuvo con cada uno de los emplazados era evidente que los miembros de esta generación de escritores solo compartíamos una convicción ideológica: que nuestra escritura y nuestra praxis ni incurrían en ideología alguna, ni estaban determinadas por otra cosa que no fuera nuestra propia voluntad creativa y consciente.

Más allá de todo lo ideológico que había en esa presunción, lo inquietante era que entre nosotros operaba una profunda y generalizada reproducción de una serie de presupuestos y convicciones que tomábamos como naturales, obvias o axiomáticas, pero que en realidad se asemejaba mucho a esa excreción ideológica que produce la simbiosis de una  cultura conservadora y periférica con una economía neoliberal y globalizante.

Adolecíamos, por lo demás, de la agudeza para captar, en palabras de Zizek, «la transformación de la no ideología en ideología: es decir, de la conciencia súbita de cómo el gesto mismo de apartarse de la ideología nos arrastra nuevamente a su interior».

Por ahora y en términos generales pensemos en la ideología como esa matriz simbólica mediante la cual interpretamos nuestra realidad objetiva y sobre la cual proyectamos nuestra acción futura. Independientemente de los resultados de #Los2000 tenemos una deuda, entre varias, con la gestión cultural llevada a cabo por Ulises; y es la de habernos sacado de ese acomodamiento ideológico, obligándonos a realizar un ejercicio de autocrítica generacional que desde entonces hemos vuelto a eludir de forma campante.

Al ignorar que ese ejercicio de autocrítica (que como cualquier acto de crítica también representa una práctica dentro de la ideología) dejamos ir una buena oportunidad para el debate y el intercambio, y así entender cómo nuestra escritura se inscribe «dentro de esa práctica ideológica por excelencia que es la literatura», según señala John Beverley.

Pienso que nos faltó valentía y madurez, o simplemente nos excedió la pereza y la comodidad, cada uno sabrá. En mi caso, fue un poco de ambas. Generacionalmente, creo que ha imperado lo segundo.

Hoy la mesa (la misma mesa de siempre, pero con nuevo mantel y sin los viejos modales) está servida. Aquellos que ayer conformaron el antiguo poder político-cultural revolucionario, hoy —tras su naufragio de una década en la sociedad civil y las oenegés— han creado las plataformas para que la literatura nacional contemporánea entre en el espectáculo de las industrias literarias transnacionales, aunque falta resolver el problema de la mala calidad del producto.

El poder cultural en el mundo de hoy ya no es político, sino de mercado, y a este le importa poco nuestras ideologías: todas se pueden empaquetar y distribuir cual mercancía. Estamos en el imperio ideológico de la no-ideología, sin embargo, nuestras condiciones objetivas como país (nuestras realidades sociales, locales y las de quienes no solo carecen del acceso a los medios de producción letrada con que contamos nosotros, sino que no nos sirven porque no pueden comprarnos o leernos) han cambiado muy poco, casi siempre para peor, en las últimas tres décadas.

Quizá un indicio de valentía sería aceptar que nuestro vacío ideológico nos ayuda a ignorar esto, que la tradición justifica el desligarse de la realidad, que la literatura es una actividad profundamente individual y egoísta y que por esas razones —y no porque las posibilidades políticas de la literatura estén agotadas— hemos decidido fijar la vista hacia afuera, hacia nuestro propio rédito y éxito personal como escritores. ¿Cuántos escritores nicas de mi generación permanecen hoy en el país?

Propongo que admitamos que no somos tan inocentes como decimos y que sí buscamos algo con claro signo ideológico desde nuestra escritura: el medio privilegiado para escapar de este shithole country haciendo lo que nos gusta y sin rendir explicaciones a nadie.

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