Consejos para el encierro


No tengás miedo cuando suene el toque de queda y no podás salir a la calle abrigado por los ruidos de las sirenas y los motores. Afuera se guarecen, del porvenir, las lluvias y el destino. Afuera se sostiene el aire sin tu sombra llena de espejos. No es culpa de nadie sino de la peste pura.

No tengás miedo de estar con vos mismo, con vos misma, en compañía nada más que de tus bestias más atroces, esos inmensos animales de blanquísimo odio y de negrísima ternura. Es hora de vaciar tu corazón, de acompañarte vos solo, vos sola, en medio de tu peso. Toda vida pesa. Por ello son tan seductores el vuelo y la caída.

Es hora de platicar con tu cadáver, el que estás alimentando. Decile lo mucho que te falta, los delirios que aún guardás para tu asombro. Es hora de pensar demoradamente en tus fracasos, esos que te producen esa mirada de furia y de fe con la que enfrentás los días que comienzan. No está mal estar triste de vez en cuando, y es cosa mala estar feliz siempre, porque es imposible estar feliz sin intermitencias, con excepción de los imbéciles.

Así que es tiempo de platicar con tu paciencia, de decirte lo mucho que has errado, lo poco que has vencido, lo tanto que cambiás de rostro. Si te das cuenta, jamás tenés el tiempo de pensarte en tu estatura, de hacer el recuento de tus máscaras. Solo en la reflexión acontece la lucidez, pronto en el recuerdo ocurren las visiones del futuro. Y ahora hay tiempo, por lo menos por las noches, sobre todo los domingos.

No tengas miedo, no tengas miedo, no te engañés tampoco, como siempre, y pensés que afuera está la vida porque la vida, como la muerte, está en eso que te empuja adentro de tus vísceras. Pero te da miedo saberlo y por eso extrañás la ligereza, el retumbo de la fiesta que te embota los silencios, el abrazo fácil y engañoso en la penumbra de los bares, la soledad ebria pero acompañada. Nadie te salvó entonces. Nadie lo hará ahora. Siempre has sido vos y tus batallas, pero sobre todo vos y tu enfurecido espanto.

No sé si lo sabías, pero es hora de cambiar si no te gusta la imagen del estanque. Así que disfrutá tu compañía. Abrigate de vos mismo, de vos misma. Y recordá que una cosa es correr a la calle huyendo de tus bestias y otra muy distinta es salir para buscar un pan o una frontera.

Afuera hay gente que no tiene tiempo para el miedo. Los capataces afilan los cuchillos mientras ellos descansan o platican o cantan. No sé si lo sabías.

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