Teorías dudosas acerca de los chinos


Ante la desgracia, los seres humanos somos propensos a buscar culpables. Elegimos chivos expiatorios en los cuales descargar el castigo por nuestras frustraciones colectivas o nuestros miedos insondables. Así en las comunidades, en las escuelas, en los trabajos, en los grupos en que nos congregamos. Y con frecuencia elegimos para ese ingrato papel a los que se alejan de la norma. Atacamos lo diferente porque la diversidad atenta contra el orden y la costumbre que, aunque grises y monótonos, nos provocan una engañosa sensación de estabilidad. Somos animales furiosos, asustados y aburridos.

Con esta pandemia han salido a relucir como culpables los chinos. En primer lugar, por comer animales extraños. La gente suele pensar que todos los chinos almuerzan perros y se cenan un murciélago acompañado de suculentos y fritos alacranes mientras adoban un gato para la barbacoa del fin de semana. Ciertamente, y debido a las hambrunas que sufrieron en su historia, en algunas zonas de China se consume todo tipo de animales y de plantas, como también ocurre en extensas zonas de América Latina. O bien, en el norte de España y el sur de Francia, donde los scargots (caracoles terrestres) suelen considerarse un apetitoso manjar (y lo son).

Los chinos también tienen como mascotas a gatos y perros y los cuidan con mucho mimo, como sucede en Occidente. Afirmar, entonces, que son seres salvajes que se comen cualquier cosa equivale a afirmar, por ejemplo, que los guatemaltecos (todos) comen iguanas, monos, tortugas, zompopos de mayo y hasta manatíes.

Las generalizaciones son peligrosas y las acusaciones también, pues en todos lados se consume fauna salvaje: osos en los países bálticos, ciervos en Europa central, venados y tepezcuintles en Mesoamérica, alpacas y cuyos en los Andes. Es decir que el riesgo de que algún nuevo micoorganismo infecte a la raza humana por comer animales está latente en cualquier lugar del mundo.

Otra teoría es que los chinos son una especie de seres malvados (y comunistas) que desean tener el control sobre el mundo. A mí los chinos me parecen gente muy pacífica, amable y honrada. Y el país podrá tener sus luces y sus sombras, como todos los del mundo, pero pensar en esas teorías conspirativas no deja de sacarme algún mohín del rostro. Esto equivale a decir que todos los estadounidenses desean tener ese mismo control mundial. No digo que a algunos no les pase por la cabeza esos retorcidos sueños, pero los ciudadanos de a pie suelen preferir cosas más mundanas y modestas.

O que todos los alemanes son racistas. O que todos los chapines son conservadores y clasistas. Recordemos que una cosa es la gente y otra sus gobiernos o sus grupúsculos oscuros.

Hace poco menos de un año tuve la enorme suerte de conocer China. Me encontré con enormes ciudades futuristas en cuyo centro se conservaban milagrosamente callecitas centenarias o templos tan apacibles como imponentes. Conocí algunas de sus murallas medievales, recorrí la noche iluminado por faroles rojos o blancos o amarillos, me deleité en sus casas de té y en sus jardines. Pocas veces he asistido a todos los tiempos humanos de una manera tan asombrosa como en ese país.

Pero sobre todo conocí a su gente: trabajadora, afable y simpática. Por eso, y porque me parece injusto que se les culpe de tantas cosas, he decidido escribir una pequeña de crónica sobre China. Lo haré por partes. Comenzamos en quince días.

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