El gran mito del libre albedrío


Mario Ramos_ Perfil Casi literalHace varios años, en Honduras, tuve la oportunidad de ver un cortometraje documental brasileño que me marcó mucho: Ilha das flores (La isla de las flores) donde el hilo conductor del filme es, básicamente, un tomate. La película, producida en 1989 y dirigida por Jorge Furtado, muestra de forma satírica la cruda realidad de la sociedad brasileña de la época —la miseria y la degradación del ser humano—, proponiendo una serie de cuestionamientos morales, éticos, sociales, políticos y filosóficos. La película termina de forma magistral con esta reflexión:

«El ser humano se diferencia de los otros animales por el encéfalo altamente desarrollado, por el pulgar oponible y por ser libres. Libre es el estado de aquel que tiene libertad. Libertad, es una palabra que el sueño humano alimenta, que no hay nadie que lo explique ni nadie que lo entienda».

He visto este documental muchas veces, e incluso, lo he utilizado en algunas ocasiones como pieza de discusión o de estudio. La última vez fue en 2017 en Guadalajara, México, durante una ponencia sobre Storytelling, el arte de contar historias. Cada vez que vuelvo a él, ese párrafo final me hace un alboroto en mi cerebro. ¿Qué es ser libre? ¿Existe la libertad humana?

Creemos que somos libres porque desconocemos las causas que determinan nuestras acciones. Nos equivocamos al pensar que somos libres porque decidimos a «voluntad propia» una carrera, una pareja, qué comer o por quién votar, pero lo cierto es que detrás de todas estas decisiones hay impulsos que nos conducen a tomarlas, por lo que nuestro «libre albedrío» en realidad es objeto influencias externas. Entonces, ¿verdaderamente obramos por reflexión y elección propia? Creo que no.

Somos producto de la influencia de miles de mensajes que recibimos por medio de la cultura, la sociedad, la publicidad y la manipulación política. El librepensamiento que creemos defender con «libre albedrío» de una u otra forma fue plantado en nuestro cerebro por otros factores.

Por desgracia, el libre albedrío no es una realidad científica. En un artículo que leí hace algunos días en un diario español, Yuval Noah Harari —historiador y escritor israelí, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén— explica cómo los teólogos elaboraron la idea del libre albedrío para explicar por qué Dios hace bien cuando castiga a los pecadores por sus malas decisiones y recompensa a los santos por las decisiones acertadas. Harari se cuestiona por qué Dios debe castigarnos o recompensarnos si tomamos nuestras decisiones con la misma libertad que él nos dio, sin embargo los teólogos afirman que su proceder es razonable porque nuestras decisiones son el reflejo del libre albedrío de nuestras almas eternas, que son completamente independientes de cualquier limitación física y biológica, o sea, lo que la ciencia nos dice del Homo sapiens y otros animales. Los seres humanos, tenemos voluntad, pero no la libertad para usarla.

Yo no puedo decidir cuáles deben ser mis instintos y deseos, ni mi sexo, mi origen, mi cultura, mi futuro, etcétera; sin duda puedo tomar mis propias decisiones, pero nunca serán independientes. Todas corresponden a una condición que me fue heredada socialmente y/o biológicamente y que está fuera de mi control. El libre albedrío es un mito que se inventó para justificar las inconsistentes acciones de Dios y que nos oculta las verdaderas razones que nos impulsan a tomar nuestras decisiones. En cuanto a la libertad y la capacidad de obrar sin obstáculos, la idea se diluye cada día más, pues la ciencia ya ha descubierto la manera de manipular el cerebro humano a través de la informática.

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