Un acto puro y sexualizado


Mario Ramos_ Perfil Casi literal«Este cuerpo que recibí no es vulgar, es funcional, su propósito es satisfacer las necesidades fisiológicas de mi bebé, no ser sexualizado», fueron las palabras de Aliya Shagieva en una entrevista a una cadena inglesa de noticias. Shagieva es la hija de Almazbek Atambayevactual, presidente de Kirguistán, ese aislado y montañoso país asiático del que seguramente muy pocos han escuchado. La joven publicó en sus redes sociales algunas fotos amamantando a su hijo y no tardó en recibir críticas, incluso de sus mismos padres. Amamantar a un bebé no es solo un acto cotidiano y necesario, sino también natural. Esa es la razón por la que no existe otro calificativo que el de «enferma» para una sociedad que sexualiza un acto tan bello como el de lactancia materna.

En octubre del año pasado nació mi hijo, acontecimiento que sin duda marcó mi vida y cambió mi manera de ver muchas cosas; entre ellas, el sublime acto de amamantar un bebé. Desde el momento en que los doctores pusieron a mi hijo en los brazos de su mamá, comenzó a buscar comida. Siguió la ruta de su pecho hasta encontrar el pezón, como si esto fuera algo que había hecho antes. Me sorprendió mucho pero, sobre todo, me recordó lo natural que es el acto de alimentar a una criatura. A medida que he acompañado el proceso de nutrición de mi hijo, he entendido lo difícil que es para una madre luchar contra toda una cultura cuya sexualidad está mal orientada, y en la que alimentar a un infante, en muchas ocasiones, es mal visto cuando se hace en público. Existe una doble moral cuando hablamos del cuerpo humano —especialmente el de la mujer—, algo injusto y misógino.

Un par de años atrás vi en un canal de televisión local de Washington una noticia en la que unos alumnos de American University se quejaron porque una maestra había amamantado a su bebé de tan solo meses en la clase. Para mi sorpresa, la maestra era una buena amiga: la antropóloga Adrienne Pine, madre soltera. Supe, de primera mano, que su hija se había enfermado ese día y no tenía con quién dejarla, por lo que decidió llevarla para no perder la clase.

De cierta manera pude entender por qué estos muchachos se alarmaron, ya que seguramente, al igual que yo, han sido educados bajo una sociedad que define como «desagradable» amamantar a un bebé en público, obligando a la madre a ocultarse para hacer algo tan natural y sublime. Si lo analizamos bien, no tiene ningún sentido. Tristemente, este tema se ha moralizado y politizado dentro de una estructura social que injustamente reprime muchas libertades de la mujer.

En Australia, la senadora Larissa Waters, de 40 años, regresó al trabajo en la Cámara Alta del Parlamento tras su baja por maternidad y, con un claro mensaje en apoyo a la conciliación y a la lactancia materna, amamantó a su bebé. Alia Joy, de dos meses, pasó así a formar parte de la historia política australiana al ser el primer bebé amamantado en el Parlamento. Australia es uno de los cinco países del mundo en donde no está reconocido el derecho universal de los trabajadores a un subsidio por maternidad, junto con Estados Unidos, Liberia, Suiza y Papúa Nueva Guinea.

Tristemente, he escuchado a personas juzgar de «asqueroso» que una madre alimente a su hijo en público, calificativo que no solamente está equivocado, sino que ofende. La insensibilidad, que en muchos casos está ligada —consciente o inconscientemente— al desprecio y aversión a la mujer en un mundo sexista, nos ciega a percibir lo extraordinaria y noble que es la misma maternidad.

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