Reflexiones sobre el buen gobierno (I)


Gabriel García Guzmán_ Perfil Casi literal

Lamento que los eruditos busquen aquí la ciencia oculta que tanto aficiona a los muy entendidos y a los muy necios. Lo mío es tan solo un simple comentario, un esbozo escrito sabrosamente en una noche de insomnio, hecho para poner en claro algunas ideas que han rondado mi mente desde hace algún tiempo.

I

Sobre la justicia humana. En algún discurso de Simón Bolívar leí que el derecho es la forma en que se compensan las diferencias entre los seres humanos, pues igualan nuestra condición hasta hacernos completamente semejantes.

No obstante, el derecho descansa sobre la estructura económica de la sociedad, y por lo tanto se vicia e inclina hacia el extremo de los oligarcas, dando mayor poder a quienes ya contaban con la fuerza del capital. Es decir, la justicia humana se limita a una simple lucha de clases, con dos únicas posibilidades: favorecer los intereses sectarios, avariciosos y mezquinos de un sector reducido; o apoyar el proceso emancipador de los trabajadores explotados.

Encuentro tres objeciones lógicas para ambas posibilidades. Primero: es imposible alcanzar una justicia universal, la justicia humana ha de implantarse (en cualquier caso) desde una visión clasista, llena de enconos y odios de casta. Segundo: es injusto apoyar el egoísmo devorador del burgués, pues representa la depredación del otro y del medio ambiente, por un afán egoísta y despiadado. Tercero: todo proceso revolucionario representa la destrucción de la clase burguesa, lo cual solamente puede lograrse a través de la violencia social o política; con el propósito de implantar una dictadura proletaria tan autoritaria como la dictadura capitalista.

¿Estamos entre la espada y la pared, hemos de tomar cualquier partido sabiendo de antemano que solamente hemos de apoyar a una vana clase social, y no a la humanidad en su conjunto? Yo no creo que la felicidad humana se pueda alcanzar en un río de sangre o de arbitrariedad; tampoco creo que el capital acumulado de una familia valga más que la vida de un pueblo o su dignidad.

Es decir, la justicia en las sociedades humanas es imposible, habremos de conformarnos con la equidad. Si bien no puede hacerse justicia en este mundo, sí pueden nivelarse las relaciones económicas y de poder, así sea con sacrificios cruentos. Somos una especie injusta y violenta, que solamente sabe progresar cuando ya ha probado su propia destrucción; por lo tanto, si no puede favorecerse a todos, al menos favorézcase a la mayoría, es decir, el sistema social menos injusto inventado por el hombre es el socialismo; nótese pues, que no digo comunismo, pues le considero una utopía bonachona que no está acorde con la vil naturaleza del hombre, el cual siempre necesitará de un estado en revolución constante que le impida aprovecharse para sacar ventaja de los demás.

II

Sobre la globalización. He oído que el mundo es más pequeño cada día. Sabato escribió, quizá a broma, que a lo mejor el universo no se expande, sino que es la Tierra la que va empequeñeciéndose cada vez más y por ello todo parece estar siempre más lejos en el espacio. Francamente, no creo ninguna de las tesis, me parecen dos burlas algo chuscas.  La Tierra sigue siendo del mismo tamaño cada día; no obstante, tenemos la impresión de cercanía entre nosotros, de un súbito reencuentro de todas las razas en un mismo espacio.

Desde el “descubrimiento” de América se acabaron las zonas desconocidas, los grandes reencontrarnos a nosotros mismos, y no dejamos de acercarnos. Vivimos en tiempo real, transfiriendo información a cualquier hora, en cualquier parte; encontrándonos a unas cuantas horas de vuelo los unos de los otros, y con apretar un solo botón somos capaces de esterilizar este planeta varias veces, haciéndolo inhabitable para todos.

Así mismo, en esta “aldea global”, no hay restricciones fronterizas para el comercio internacional: cada vez se firman más tratados de libre comercio entre estados; la producción de mercancías se descentraliza de la metrópoli, para aprovechar los bajos salarios de los países periféricos o emergentes; las transnacionales parecen abarcarlo todo, conquistarlo todo, dominarlo todo en nombre propio, de sus dueños sin rostros que se esconden detrás de un logotipo amigable y engañoso; el sistema bancario internacional es un juego de venta de deudas, derivados o lavados de activos, que no hacen más que formar una oligarquía planetaria, una burguesía hipertrofiada que gobierna el mundo a su antojo.

¿No es la globalización nuestra nueva colonización? Muchos países ya han abandonado las monarquías formales, salvo naciones retrógradas como Reino Unido, España o los Emiratos Árabes; no obstante, existe una nueva aristocracia que domina países enteros y somete a las naciones débiles: las corporaciones internacionales. Estos nuevos príncipes (para continuar la tradición de Maquiavelo) no dan cuentas a sus gobiernos nacionales, no son electos democráticamente, buscan precios mínimos de producción perjudicando los intereses de pueblos soberanos, destruyen el medio ambiente como si no les perjudicase en absoluto pues obtienen beneficios económicos exorbitantes por ello.

Esto expone la urgencia de globalizar la resistencia popular, con el propósito de que las mayorías se gobiernen a sí mismas y no sean esclavizadas abyectamente. Los problemas sociales se vuelven comunes en todo el planeta, favoreciendo una oposición globalizada.

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