Eduardo Halfon, o soplar humo sobre los orígenes


Leonel González De León_ Perfil Casi literalEduardo Halfon acaba de ganar el Premio Nacional de Literatura en Guatemala. Y tal como pasa al otorgar el Nobel (excepto en este año), el Cervantes e incluso la bandera en cualquier escuela de barrio al final del curso, hay opiniones a favor y en contra.

Sus primeros trabajos me resultan más atractivos. En De cabo roto, su primera novela, teje la hipótesis de que Miguel de Cervantes estuvo en Guatemala antes de escribir el Quijote y en El ángel literario, bajo un formato de ensayo narrativo emparentado con El último lector de Ricardo Piglia, explora por qué decidió dedicarse a la literatura y entreteje sus experiencias iniciales en el arte con las de Jorge Luis Borges, Raymond Carver, el mismo Piglia, Hemingway, Sergio Ramírez y Katherine Mansfield, entre otros.

Halfon cita a Goethe en las primeras páginas de su novela corta Saturno al decir «Haz de tu arte una sola confesión», y luego se apropia de la frase para convertirla en el vector que rige su escritura a partir de la publicación de El boxeador polaco. Aquí, a través de un diálogo entrañable con su abuelo, narra una anécdota que sirve de parteaguas ya que ese libro, pero sobre todo ese texto, funcionó como disparador que le permitió concebir su obra posterior y concebirse a través de ella; y no solo ese cuento se ha extendido a lo largo del tiempo, pues «Epístrofe», otro cuento de la misma colección, dio paso a su novela corta La pirueta; y Fumata blanca, el más breve del volumen,  se convirtió en la novela Monasterio.

En Biblioteca bizarra, texto publicado originalmente en 2011 en la Revista de Occidente y que abre el volumen homónimo —el último que ha publicado—, mientras pasea por la biblioteca de su abuela difunta, Halfon se pregunta «¿Cuál será mi tema o mi ideal o mi deseado y árido pedacito de tierra?» La respuesta ha surgido en forma secuencial desde entonces, al erigir la indagación de su identidad como columna vertebral de su obra y repetir cada pocas páginas, y en todos sus libros, los términos judío, prisionero, tatuaje, abuelo o campo de concentración, así como muchos otros yiddish que le han granjeado el reconocimiento y las traducciones.

Volver al mismo tema es un rasgo constante en varios autores latinoamericanos reconocidos: mucha de la obra de Roberto Bolaño es una digresión sobre chilenos exiliados en México o en Barcelona, así como Juan José Saer puede parecer necio al narrar una y otra vez el sopor de la vida de dos o tres personajes a orillas del Río Paraná. No es eso lo que me impide conectar con Halfon, sino la insistencia en denotar la visión extrañada de un judío en Guatemala, que ve al país por encima del hombro y que se sirva del exotismo local para exacerbar su sensación de desarraigo, ya sea ante el paisaje de «alcachofas y pinabetes» en Tecpán o ante un hallazgo macabro en la playa de Iztapa donde «la poca brisa hedía a pescado rancio».

Quizá su mérito sea ser un narrador honesto que no se reconoce y que nunca trata de identificarse como de aquí («Soplo humo sobre mis orígenes guatemaltecos hasta volverlos más opacos y turbios. No siento nostalgia, ni lealtad, ni patriotismo…», reza en su cuento «Bambú») y que en ningún momento imposta una mirada desde adentro. El narrador de sus historias planea desde arriba y describe lo que ve con mirada extranjera, pues si nació en el país fue por casualidad (sus abuelos provenían de Polonia, Libia, Siria y Egipto, y coincidieron en Guatemala a mediados del siglo XX). Siendo así, enhorabuena por la entrega del premio a un autor que no busca complacer, aunque el tema que aborda una y otra vez es el de mayor peso en la historia universal del siglo pasado y el que más ha vendido por décadas en el cine, la televisión, el periodismo y, desde luego, la literatura.

En ningún momento digo que no merece el premio: me parece otorgado con justicia y ya era tiempo de dárselo por su buen manejo del idioma, pues no necesita escribir muchas páginas ni apelar a construcciones verbales complejas para crear atmósferas palpables ya sea en Nueva York, Miami, Madrid o en algún pueblo del interior del país, y porque sabe extender el uso de un tema más allá de uno o dos libros (demasiados quizás).

[Foto de portada: Lucía Corral]

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