Noches de bebop con Thelonious Monk


Leonel González De León_ Perfil Casi literalNunca fui un estudiante dedicado y la queja permanente de mis padres era que, aunque podía alcanzar mejores calificaciones con tareas, siempre me fiaba del examen final para alcanzar la puntuación necesaria para aprobar el curso. Si ellos no lograron persuadirme cuando era más joven, ni pensar en adquirir el hábito ahora. Por eso, lo más complicado de mi maestría en Medicina Interna fue la tesis que, desde luego, dejé para última hora. Jamás olvidaré aquellas noches, interminables al principio y cada vez más cortas a medida que se acercaba la fecha de entrega del informe final.

La tensión que esto me generaba, asociada al volumen de pacientes y a las carencias que padecen los hospitales nacionales, me convirtió en alguien irascible durante varias semanas.

Muchas veces pensé que mi causa estaba perdida y que me pasaría lo mismo que al personaje de «A la deriva», de  Horacio Quiroga, quien después de sufrir una mordida de serpiente se lanza a través de un río en busca del antídoto que necesita, y ante el desenlace fatal, tiene la ilusión de alcanzar la curación y muere antes de tocar tierra.

Fueron noches de abundante té negro, chocolate oscuro y maní para obtener calorías, pero sobre todo mucho Grooveshark, mi página favorita para escuchar música y que por desgracia cerró. Apenas me sentaba frente a la computadora, escogía una lista de jazz y la reproducía en modo aleatorio para escuchar, entre una ensalada de estilos musicales cuya única característica común era la ausencia de voces, a Dave Brubeck, Cal Tjader, Luis Salinas, Tal Farlow y Aldo López Gavilán.

La música me mantuvo concentrado varias jornadas hasta que una pieza robó mi atención por su cadencia, muy diferente a lo que había escuchado hasta entonces. Minimicé el procesador de texto y cerré los ojos en mi primer contacto con el Bebop, setenta años después de su invención, para escuchar el saxo voraz y fino al mismo tiempo, el bajo juguetón y la percusión brillante acompañados de un piano que, además de hacer solos espectaculares, rellenaba los huecos con una armonía de primera categoría.

Qué buen saxofonista, me dije mientras dejaba de lado la tesis para ver de quién se trataba. Busqué en Wikipedia el nombre del intérprete y para mi sorpresa resultó ser la banda de un pianista. ¿Quién es tan generoso de permitir a sus músicos hacer solos sin inmutarse por lo que tenga que hacer después para destacar por encima de la banda? No es algo frecuente y solo lo he escuchado con otro gran pianista, Bebo Valdés, en su álbum con Javier Colina donde, a pesar de destilar esplendor, aún tiene paciencia para dejar que su acompañante muestre lo suyo.

Repetí hasta el cansancio Let’s Call This en su versión grabada en vivo en el Blackhawk de San Francisco en 1962  y me sirvió de combustible durante el resto de las noches de trabajo. Fue la primera pieza que escuché de Thelonious Monk y, años después, sigue siendo mi favorita. Luego descubrí que era el segundo compositor de jazz más grabado en la historia —solo superado por Duke Ellington— y que mereció elogios dentro y fuera del gremio: John Coltrane lo consideraba «un arquitecto musical» y Julio Cortázar lo definió como «un oso investigando las colmenas del teclado». El argentino también subrayaba que era frecuente verlo ponerse de pie durante los conciertos y alejarse del piano para hacer una ronda en el escenario mientras sus compañeros hacían solos.

Fue un autodidacta que sufrió el racismo de la primera mitad del siglo pasado en Estados Unidos, al extremo de tener vedada la entrada en algunos clubes para escuchar sus propias composiciones interpretadas por otros. Esto, sumado a una supuesta enfermedad mental, lo convirtió en alguien de trato difícil en la adultez y lo alejó de los escenarios en sus últimos años.

La semana pasada se cumplieron cien años del nacimiento de Thelonious Monk. Ahora, con tantas herramientas para escuchar música en línea, vale la pena deleitarse el ritmo de quien, como todos los afrodescendientes que se dedican a la música, toca el alma a través del oído.

[Foto de portada: Jimmy Baikovicius]

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