Un colombiano en el lado negro de París


Leonel González De León_ Perfil Casi literal¿Qué viene a la mente si alguien combina las palabras París y literatura? Julio Cortázar paseando con Aurora Bernárdez entre los bouquinistes, cafés con tazas inmaculadas y cristalería de primera, bulevares poblados de tiendas de etiqueta, noches intoxicadas de vino, musas enfundadas en abrigos finos y bufandas de seda a las orillas del Sena. Aquí el autor destruye ese mito y nos lleva a su antítesis. Tan pronto como en la segunda página se plasman las ideas que vertebran la narración: «Dolor, frío y desamor. El coctel perfecto para no sobrevivir (…) Maldecía no haber optado por otra ciudad, un lugar en el que hiciera menos frío y donde la gente fuera menos dura».

El síndrome de Ulises (2005), de Santiago Gamboa, es la historia de un colombiano aspirante a escritor que, mientras sobrevive el autoexilio lavando platos en un restaurante asiático de París, nos guía por la versión más oscura de la ciudad Luz, poblada de migrantes de todas partes del mundo (asiáticos, africanos, europeos del este y, desde luego, latinoamericanos) que sobreviven con migajas, anestesiados o luchando por salvarse a través del sexo sin importar con quién se practica, las drogas de todo tipo y la incertidumbre de no tener garantizada una cama ni un plato de comida.

Hasta aquí podría tratarse de una ensalada entre Sin blanca en París y Londres, de George Orwell, Fiesta, de Ernest Hemingway o los Trópicos de Henry Miller, pero hay más: toda esa sordidez se combina con las inquietudes del narrador protagonista que, como suele suceder, invierte más tiempo disertando sobre si debe o no lanzarse ―de cabeza y con los ojos cerrados― al mundo de la escritura y se deleita en episodios en los que, incapaz de superar la nostalgia por la vida y los amores que dejó atrás «Ya sabes cómo son los sentimientos: el reino de la oscuridad y lo irracional»—, estira los brazos y abre las manos para acariciar las pieles blancas y fragantes de las mujeres que jamás pensó tener en su cama. Otro eje importante es el exilio latinoamericano en las últimas décadas del siglo pasado a causa de la violencia que ejercieron los gobiernos de la región.

Gamboa acierta al dejar inconclusos varios puntos ciegos tales como la desaparición de un amigo, el suicidio de un compañero de trabajo, el rechazo a la diversidad de género a finales del siglo pasado y, sobre todo, el triángulo amoroso que abarca buena parte de la novela, aunque por momentos me parecieron excesivos los guiños literarios y la mención de varios autores ―cada uno más rebuscado que el anterior― que puede rayar en la pedantería lectora. ¿Son necesarios?  Creo que no, pues no agregan nada a la narración. No obstante, esta característica no es exclusiva de Gamboa, pues también puede notarse, por ejemplo, en algunos textos de Roberto Bolaño ―lo digo a sabiendas de que muchos pensarán que estoy tocando a Dios con las manos sucias― y, más recientemente, en los relatos de Alejandro Zambra reunidos en el libro Mis documentos. Además, Los impostores, primera novela que leí del colombiano, abunda en los mismos guiños e incluso puede que aun tenga más.

En la última parte di con algo que me estimuló a seguir leyendo: el encuentro del personaje principal con Julio Ramón Ribeyro, a quien yo acababa de descubrir y me encontraba a la caza de cualquier texto o referencia suya. Durante la lectura, impregnada del tono dubitativo que domina la parte más íntima la obra del peruano, ignoraba si ese encuentro había sido real o ficticio pero años después, al leer el prólogo que Gamboa hace a La tentación del fracaso —recopilación de los diarios que Ribeyro llevó durante tres décadas mientras vivía en varias ciudades de América y de Europa, supe que fue real y que, más que un encuentro casual,  fue una amistad plena durante los últimos años de vida de Julio a pesar de la diferencia de edades y del prestigio de alguien plenamente reconocido como el autor de Prosas apátridas, cuando Gamboa apenas soñaba con dedicarse a las letras.

La historia no defrauda y sin dudas está a la altura de la recomendación que hace Carlos Fuentes en La gran novela latinoamericana, en un capítulo dedicado a los autores regionales de comienzos de este siglo.

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