Tres libros de poemas para comenzar el año (II): Con quien moriré, de Raúl Zurita


Carlos_ Perfil Casi literal

Es gracias a la editorial Catafixia que tenemos la oportunidad de leer la primera edición de un libro  de Raúl Zurita, el primero que leo del autor. Su lectura convida y llena, y constituye mi segunda recomendación para comenzar el año con una buena lectura.

En el fondo de todos los poemas la muerte palpita, pero no es el caso, sino solo la posición desde donde la vida puede verse por completo. Ante su proximidad, todo parece más pequeño con un matiz diferente. Y la vida se contempla como se contempla un paisaje porque todo el libro está hecho de paisajes, y así como en la playa, se sienten las bocanadas saladas del mar y el rigor de la arena. En la cordillera se sienten los cerros como fantasmas que algo tratan de decirnos. Y los poemas dan pie entonces a los acontecimientos, y no a descripciones. Con quien moriré es un libro limpio de excesos retóricos y personales: se trata de un libro politemático, construido solo con geografía y acontecimientos. Los poemas surgen como las islas de los archipiélagos surgen del mar, retando con sus rocas, con la dureza de sus orillas, la furia de la espuma y el agua. Un libro que habla de países muertos que se dibujan sobre las aguas, con sus cordilleras y sus  playas. Un libro que a la vez de ser libro es testimonio y síntesis de una vida, sin tiempo para reflexionar en su sentido porque éste no está sujeto a la duda.

Asoma incluso el rostro rígido de Beethoven y nos damos cuenta que en la dureza de sus gestos y en la rudeza de sus actos se oculta la genialidad y la locura, y no sabemos si esa misma imagen masculina de un viejo que al parecer oculta su verdadera identidad, y que es torturado en un interrogatorio vulgar y nuestro, es la misma imagen que la de un padre que por momentos aparece y por momentos desaparece. Y también nos damos cuenta de que la luz que ilumina las escenas es la misma luz que ilumina nuestros rostros cuando estamos frente a una pantalla de cine, porque todo parece contemplarse como si fuera una película. Hasta aparece Kurosawa, a quien le dijeron en un momento “el Emperador de los Directores”, sentado, pudiendo ser también el padre que aparece y que desaparece. Todo a una velocidad que no admite reflexiones, como los rostros que las personas ven en sus sueños antes de morirse.

Así, todos los complejos, los traumas, el régimen de Pinochet, los cuartos oscuros de donde salen los gritos de los torturados, las voces de una gran cantidad de personas, aparecen en este libro que me hizo pensar en Auden y en Pavese y en John Ashbery y en Pinochet, vistos todos con una insólita tranquilidad: la tranquilidad de ver la vida desde el llano de la muerte, y de verla en paz con la seguridad de un lecho cálido y una sonrisa amante: en la dedicatoria aparece un nombre que da explicación al título: “A Paulina Wendt con quien moriré”. Y esa seguridad de la compañía al final de la vida es como una corriente silenciosa que da la seguridad con que la voz del poeta emerge contundente de las aguas.

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