Las universidades que necesitamos


Corina Rueda Borrero_ Perfil Casi literalPrimero hago énfasis en que escribo este artículo porque recientemente la Universidad Santa María la Antigua (USMA), de Panamá, abrió su convocatoria para el cargo de rector o rectora y a sabiendas de que mi madre, Matilde Borrero, está aspirando a este puesto por segunda ocasión. Con este pequeño aviso también quisiera aclarar que soy egresada de esta misma Universidad, por más que muchos piensen que me gradué en la Universidad de Panamá, acaso porque no es usual ver a usmeños involucrarse en causas sociales más allá de la torre de marfil.

La educación universitaria ha tomado una relevancia global en las últimas décadas, no solo por haberse traducido como una estrategia de movilidad social para quienes aspiran por «un mejor futuro», sino también porque el mundo industrializado ha ido dando paso a una sociedad del conocimiento en donde los países con mayor poder global, además de tener multinacionales con las que mantienen su poder colonial geográfico, tienen algo de más poder: producción de conocimiento.

La creación de conocimiento y cómo este se replica no es casual. Como países del Sur hemos sido básicamente domesticados para ver el mundo como nos han dictado. Por algo cuando hablamos de historia universal se nos reduce el mundo a entender qué ocurrió en Europa y cuando hablamos de nuestra historia ancestral e indígena no pasa de ser una «Era prehispánica», como si el hecho de existir no hubiese tenido sentido hasta que España llegó a saquear las poblaciones americanas y todo lo que había antes tuviera que ser nombrado como previo a ellos.

En estas cosas, que pueden parecer pequeñeces para algunos, es donde está fundada la geopolítica del conocimiento (término acuñado por Walter Mignolo) y en donde en vez de romper estas estructuras de poder desde nuestras perspectivas y cosmovisiones lo único que hacemos es replicar lo que se nos hereda sin brindar una crítica o una respuesta.

Es aquí, en este momento de autoentendimiento, en donde veo más que necesario que las universidades, más que seguir formando masivamente licenciados, deberían formar personas con la capacidad de transformar las narrativas intelectuales y académicas de nuestro tiempo, lo cual de alguna forma es también hacer historia.

A esto también hay que sumarle la gran proliferación de la educación privada, lo cual ha transformado la educación en un instrumento del mercado donde importa más la rentabilidad económica que el impacto positivo y retribución de conocimientos que pueden tener los estudiantes. De esa forma escuchamos de forma coloquial a quienes dicen que «Fulanito pasó por la universidad, pero la universidad no pasó por Fulanito» u otras sentencias como «Se graduó en una de esas universidades de garaje» o los que se refieren a los diplomas como meros cartones porque, seamos francos, de poco sirve titularse como licenciado si no se es capaz de razonar.

Explicado esto, me pregunto sobre qué universidades necesitamos y cuáles son las que en realidad tenemos. ¿Las universidades de Panamá, mi país, están preparando personas con el coraje de enfrentar íntegramente los desafíos que nos deparan o solo se han convertido en círculos que inculcan cómo mantener el estatus quo? ¿Se prepara para tener criterio propio o solo para dar «sí» condescendientes? ¿Educan para ser más humanos e ir más allá de los libros y que los aprendizajes sean de beneficio para las comunidades, o acaso las ansias de acumulación han nublado por completo esta misión y solo emiten certificados de titulación sin impartir conocimiento?

A todas estas preguntas, lamento decir que las segundas opciones son las que más hacen eco con nuestra realidad. Es una lástima ver cómo la pandemia ha afianzado el elitismo de muchas instituciones en vez de convertirlas en espacios para pensar y brindar soluciones. Las ansias de abaratar costos han nublado la calidad de enseñanza, los amiguismos permiten que personas sin preparación den clases, frente a la falta de códigos de conducta efectivos y la carencia de protocolos de atención para estudiantes se permite el acoso, hostigamiento y discriminación abierta hacia ellos sin que las administraciones de estos establecimientos intervengan.

Este artículo no busca ir en contra de la educación privada. Como lo dije al inicio, yo misma me gradué de una universidad privada en Panamá, e incluso, actualmente acabo de finalizar mis estudios de maestría en una universidad privada en Londres; y es justamente esta misma experiencia personal la que me dicta el abismo que hay no solo en la calidad de la educación, sino también en la importancia que se le da a la misma y lo relevante que somos los estudiantes para la formación de nuevos paradigmas.

Cuestionar, crear, discutir, criticar, investigar, vincularse con el mundo más allá de los libros. Es hacia ahí donde la Academia y nuestras universidades deben dirigir sus esfuerzos.

En estos momentos, la USMA tiene en sus manos la oportunidad de hacer un cambio que puede ser crucial para los próximos años. No solo es necesario que mi Alma Máter escoja por primera vez a una mujer como rectora, también es vital que quien esté a su mando sepa lo que es necesario para que el nivel de la educación superior en Panamá cree unos cimientos fuertes para enfrentarse a este siglo.

No basta con la compra de computadoras de última tecnología o la creación de nuevas plataformas. Se necesita a alguien que conozca las debilidades y fortalezas para transformar y hacer esa simbiosis que tanto se necesita de interacción entre Academia y comunidades. Y esa persona, modestia aparte, justamente es mi madre, Matilde Borrero. Alguien que nunca se ha quedado atrapada en la torre de marfil y conoce las necesidades a las que nos enfrentamos.

[Foto de portada, créditos: Universidad Santa María la Antigua]

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