Que cesen las ficciones


javier-gonzalez-blandino_-perfil-casi-literalAhora que el olvido es la más virulenta de las formas de violencia, y la indiferencia su otro engendro, que cesen las ficciones. Por años, en un modesto catálogo de textos, celebré las piruetas de la imaginación. Elucubré en los ritos de la inventiva: las estrellas fantasmas, el universo inflacionario, el cine y sus signos en rotación. Yo soy aquel que ayer nomás caricaturizaba el discurso del intelectual y cuestionaba su utilidad. Y hoy, este artículo, también es otro discurso de esos.

Porque en este momento los eventos en racimos de la región (un orfanato en Guatemala, el río de piedras sobre Mocoa, México, al filo de sí mismo…) me sobrepasan. Inmovilizan mi imaginación. Mis obsesiones textuales me parecen solo artefactos ordinarios, e incluso mis ficciones —aquellos personales artificios— no son más que otra velada muestra de evasión. Me avergüenzan las torres de marfil en la misma proporción que el raquítico conformismo de los intelectuales contestatarios.

Pero hay algo más. Esto tampoco es una diatriba social. No voy a dar rodeos. Estamos ya sobrepoblados de suficientes analistas que escupen el micrófono al hablar y de opinólogos grandilocuentes. Lo mío verbaliza una reversión, quizás temporal, de un hedonismo estético y el agotamiento de algunas búsquedas que como escritor me orillan ahora a un callejón sin salidas. También está el espanto —debí escribir horror— a las puertas de una realidad alucinante y en ruinas. Otros forcejean ahora mismo con este duelo impotente —lo sé— incluso mucho antes que el autor de este texto. Y afortunadamente.

Tampoco es pesimismo. La Historia aún humea los restos de otros eventos igualmente aterradores, pero hoy no voy a hablarles de la poética de la imagen en el cine de Wong Kar Wai, ni de los recuerdos falsos que nos fabricamos involuntariamente, ni de la vida plural de Fernando Pessoa. No voy a arrojar esas bocanadas de ciencia ficción de bolsillo. No hoy. Me confronta el pudor individual, el asco.

En plena guerra civil española César «el cholo» Vallejo lanzaba estos tomatazos pestilentes a la generación contemporánea de escritores: Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza/ ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble? Sería un ocio agregar balbuceos a estos versos. Nomás, que cesen las ficciones.

Y el que se ovilla en su indiferencia, bien; y el otro que se asoma con mera curiosidad a su época y hace una rabieta pública pero luego se empanzurra de sí mismo, estupendo. Yo tampoco aspiro enrumbar nada con esta columna quincenal. Tengo presente mis recientes disposiciones sobre los despropósitos del discurso crítico. Las reciclo y leo para mí en voz alta: aquellos textos en los que se transparentan los conflictos de nuestra sociedad van quedando a la deriva. Se leen, con algo de suerte, entre la comunidad de lectores. Se forman barricadas, pero eso es todo. La realidad continuará torcida, inalterable.

Aun así cesaré mis evasiones. Al menos por hoy, por un tiempo impreciso. Así también cesaré este artículo invocando un fragmento de Neruda —yo soy aquel que ayer nomás ironizaba a los devotos citadores de este poeta chileno—. En fin, en el período de la entreguerra, Neruda aclaraba abiertamente al refinado grupo de lectores de su poesía:

Preguntaréis: Y dónde están las lilas?

Y la metafísica cubierta de amapolas?

Y la lluvia que a menudo golpeaba

sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?

Preguntaréis por qué no nos habla del sueño,

de los grandes volcanes de su país natal?

Venid a ver la sangre por las calles,

venid a verla sangre por las calles,

venid a ver la sangre por las calles!

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