Las viejas búsquedas continúan


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Diciembre es el mes de Fran en Nicaragua. Aún para mí, con quien la distancia se fue haciendo cada vez un abismo, con todas las características del abismo. Pero la literatura fue y sigue siendo cotidiana. Lo fue en aquellos días de Literatosis, cuando una de las búsquedas principales era el estilo único. Hay quienes sin haber sido parte y sin haber vivido este episodio se atreven a emitir juicios errados. Lo cierto es que quienes nunca lo vivieron porque no estuvieron ahí, serán siempre lectores de segunda mano. Recordar a Fran era también para mí recordar los viejos laberintos del oficio. Con los años, tuve la experiencia de leer a Lezama Lima, no solo su trabajo creativo, sino su pensamiento literario. Y eso lo cambió todo.
A mediados de la pasada década, en un blanco salón de clases, abrí una lección como quien traza el primer pincelazo de una obra de arte, pues para mí dar clases es un arte, y dije: “El Quijote es la novela por excelencia de las letras hispanas”. Y un alumno me interrumpió: “Eso ya lo dijo fulano de tal en la página tal de tal libro”. “Claro”, le respondí. “Lo que acabo de decir es de hecho una verdad que no solo fulano la ha dicho, sino muchos otros que han emprendido la ardua tarea de experimentar la lectura. No que te la cuenten, sino vivirla por vos y contrastarla con la tradición crítica de la misma”. Mi alumno no había leído El Quijote. Y si existe alguien en quien tengo esperanza, es en mis alumnos. Sus necesidades intelectuales son primero. Así que me desvié del objetivo principal de mi plan de clases para decirle: “Hijo, son verdades tan comunes de la literatura que se han hecho del dominio público, son vox populi, incluso hay quienes las contradicen, porque el mundo de las palabras es inmenso, como la vida”. Quizá algún cervantino me apoyaría y me diría: No te desviaste tanto del tema, pues en El Quijote también se juega con la autoría. En fin.

Un sinnúmero de autores ha coincidido en que los temas de la literatura serán siempre los mismos: Amor, odio, poder, pasión, locura. Lo dijo Quiroga, lo dijo García Márquez. Nosotros, los que seguimos, hacemos nuestras sus palabras, no solo porque confiamos en ellas ciegamente (?), sino porque hemos caminado ese mismo trayecto, hemos, al igual que José Arcadio Buendía, re-descubierto la redondez de la tierra. Me parece que existe una gran diferencia en la aprehensión que hacemos de una verdad literaria: no es igual que te la cuenten. Hay un gran regocijo en vivirla, en medirle sus asimetrías, en caminar por sus propios andamios.

En mi artículo titulado Algunos puntos sobre las íes, y creo que en Trazos de la letra expresaba también eso. Que en la historia (casi) todo está dicho, pero claro, mi memoria, mi timbre de voz, la manera en que toco mis cuerdas vocales, el particular uso que cada uno hace del idioma en sus cuatro habilidades, la oración irracional que tanto me gusta, como la descubierta por Chomsky, la personalidad que le imprimimos a la escritura creativa, no cuenta; ese modo de ser mujer y escribirlo, no cuenta. Porque en un campo machista las escritoras no tenemos derecho a nada. Ser mujer y escribir es ya de por sí para los y las machistas “un pecado”. Y digo esto porque por mi casa han desfilado infinidad de escritores interesados y doble cara que al principio eran amables, pero posteriormente y después de haberme utilizado, se dedican a calumniarme y a minimizar mis logros, mi trabajo. Sí, después que les he ayudado en su camino como poetas y escritores y hasta prestado libros que nunca me devolvieron, se dedican a eso. Supongo que es “síntoma de que avanzamos”.

Decía pues, que existe un uso que hacemos de las técnicas literarias, el cual se corresponde con el pensar de cada artista de la palabra. De manera que, guiada por la envidia, voy a prohibirle a Rosario Aguilar, en La niña blanca y los pájaros sin pies, la carta de Ana Taugema. Voy a prohibirle a Sergio Ramírez que imite la prosa de Vargas Vila en su novela Mil y una muertes, para los que ya la leímos, se recordarán del ejercicio de estilo que este aplica en algunos capítulos de dicha novela. ¡Por favor! El mismo Borges fue un maestro de la reescritura. Quizá el mejor.

Y pongo esos ejemplos porque he comprobado los bajos niveles de formación literaria que existen en los más jóvenes en Nicaragua. La poca reflexión que se hace de este arte, lo cual, teniendo a Rubén Darío, y además teniendo como nicaragüenses una respetable tradición en letras, considerada por algunos la mejor del istmo centroamericano, es inconcebible. Me es inconcebible a estas alturas.

No solo como escritores, sino como maestros de lengua y literatura, necesitamos enseñarle a los estudiantes la gran diferencia que existe entre un pastiche, un collage, una reescritura, un intertexto y un plagio, con todas las consecuencias éticas y económicas que esto implica. Sugiero un taller que aborde estas temáticas, con ejemplos claros, para que los muchachos profundicen y mejoren su pensamiento. Y por supuesto, para que dominen variedad de técnicas y estilos. Yo tuve la suerte de asistir a una clase que me diera Iván Uriarte sobre el intertexto años atrás. ¡Muchas gracias, Profesor, por sacarme de la ignorancia!

Ahora más que nunca con el boom de las redes sociales hay que reflexionar esa diferencia entre la escritura ordinaria de Facebook y Twitter y la literatura. Las redes sociales nos obligan a reflexionar sobre el acto de escribir. Recordemos, y esta es lección de los lingüistas, a la Profesora María Auxiliadora Rosales: la literatura es lenguaje artificial. Pensemos en el artificio y lo artificioso. En lo que deseamos recrear a través del lenguaje. En el trabajo de orfebrería de encadenar y desencadenar pensamientos en oraciones, en párrafos o en estrofas. No es lo mismo un estatus de Facebook o un Twitter que un ensayo, un cuento, un poema, una novela, una tesis. Por la pragmática, entre otras, no será nunca lo mismo. La pragmática en lingüística. No confundan nunca a un (a) escritor (a) con un bloguero, un facebookero o un twittero.

Pensaba en esa búsqueda luego de hurgar mi biblioteca en El Crucero. Luego de abrir el folder con nuestros viejos textos, recortes y memorias. Se necesita saber leer e interpretar para comprender que el arte de la literatura consiste, en parte; repito: en parte, en dominar las fórmulas que los grandes y las grandes escritoras se han agenciado, y a las cuales han rendido homenaje reescribiéndolas durante siglos, cada uno asimilándolas y haciéndolas suyas, cada uno añadiendo o quitando, ya sea para mejorarlas o para cometer sacrilegio.

Pienso en las reescrituras de los poemas de amor de Quevedo. Pienso otra vez  en Borges, quien llegó a asegurar que los grandes textos ya estaban escritos, que se conformaba con ser comentarista de los mismos, y así lo aplicó en Pierre Menard, a su manera, con su propia personalidad lúdica y literaria. ¡Cómo la lectura y la interpretación de las mismas palabras cambia con el contexto y el tiempo! Pienso en mi vieja, en su voz severa detrás de mí que me persigue hasta el día de hoy, marcándome el paso, recortándome las alas como chocoya de jaula, pienso en mí huyendo y abriendo esas alas ampliamente con la fuerza de un águila que  se extiende completa y corta y mancha el cielo de sangre.

Sí, regresar de vacaciones a mi biblioteca en Nicaragua en Diciembre, recorrer los viejos libros, toparse con el viejo fólder y el álbum de la adolescencia literaria, es recordar a Francisco Ruiz Udiel, a los muchachos y muchachas de Literatosis, a nuestras búsquedas, cuando creíamos en la literatura como quien cree en un Dios, y no esperábamos nada a cambio. Cuando no queríamos competir sino aprender de nosotros. Tiempos que no volverán… ¿Ese es un tango o un bolero? Con lo mucho que mi abuelo y mi suegro adoran los tangos y los boleros. No me extraña, son tradiciones sagradas de la cultura latinoamericana.

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