Noche de Amazonas (IX)


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El ciclo que realiza el sol al dar su vuelta y la luna me parece ligeramente el mismo, aunque no lo sea. Un eterno giro en movimiento que colorea bermejo y añil Sandia Mountains. Los árboles de Albuquerque lucen secos por fuera, pero si cortás sus hojas y raspas su corteza sangran porque ríos de agua escondida los sostienen.

Esa tarde, Tania prepara comida brasileña. Tendremos una cena importante. Tres mujeres mayores de sesenta años y yo nos reuniremos e intentaremos salvar el mundo. Tania Ramalho, Margaret Randall y Barbara Byers. No me siento extraña tomando en cuenta que fui criada por una profesora que nació en 1905. Ayudo a Tania con los detalles y arreglamos la mesa juntas cuando Margaret y Barbara tocan la puerta y nos sentamos en la salita alumbrada por una tenue lámpara verde-amarilla y una estatua de Buda que Tania compró en una thrift store; todas comemos queso de cabra, galletas y vino. Margaret me pregunta de Nicaragua. El nudo, la piedra puntiaguda atravesando la garganta en que se ha convertido Nicaragua para mí. Rememoramos Las hijas de Sandino. Me pregunté si sería una de ellas, una anónima, una inédita, una hija renegada o pródiga; y un par de versos sueltos latinoamericanos que flotaron como burbujas que agujereábamos y explotaban cuando Barbara contaba de su experiencia como maestra de niños predadores que necesitaban un ambiente y educación especial. Una idea que rechacé inicialmente y terminé aceptando hasta leer Lord of the Flies de William Golding. No por causas o contextos (me repugna el determinismo y obviamente no todos reaccionamos de igual manera) sino porque me parece lógico o acorde con la naturaleza humana, obvio con sus variadas gradaciones aceptadas como normales hasta sus condenables extremos contrarios. Luego, por prudencia una no puede citar esos versos latinoamericanos contemporáneos y sus respectivos autores, pues a lo mejor fue uno tuyo. Mejor enfocarme en la poesía en inglés de Tania Ramalho. Su tono irónico no necesita explicación:

“Yes, m’am./I apologize, m’am./I sinned,/done wrong!/ Yes, m’am./My depths of shame /has no bounds…/How could I?/Your skin, so fair/Your hair, so light/–and straight!/You get all the rights./You done well./How do I dare/think I am a teacher,/I can say/this and that,/how should it be done…/This person here,/give her advice./ Stand in front of a crowd/ To start the celebration,/invite people of my own choosing…/ No, m’am/it is not right./I should not think that! /You are the only one/who can/With your/Strong voice/Knowledge/Elegance/Trips to India/to see the pasha./I here apologize./I’ll never say/the contrary, m’am./By God’s grace/ the Creator made you/ Right./ Always right”.

Margaret me cierra un ojo y sonríe. Me dice que ama Nicaragua. Recuerda sus años en Cuba y México. Su Corno emplumado. Barbara cuenta de su taller de artista y cómo lo compagina con la docencia. Tania nunca olvida la política, la pedagogía y las causas sociales.

Me sentí llena de vida con un paisaje extraño abriendo mapas en mis brazos. Sentí al espíritu de una mujer viejísima y sabia atravesarme los huesos; vi mi pelo cano, mi espalda encorvada, mis manos encogidas y plagadas de manchas y lunares, vi el poderoso y moreno pergamino de mi rostro abrirse libre y entregarse al viento, caer a tierra para levantarse frente despejada y marchar/danzar a paso firme. Porque ese, me parece, el acto más digno de una mujer: Levantarse. Levantarse contra toda ley de gravedad. Sentir la sangre que circula en las venas, sentir la presión de las arterias y levantarse con el peso de la vida sudorosa sobre el lomo (vos y yo somos de esas), el peso de los insomnios y las pesadillas que aran nuestros ciclos lunares.

La noche fue perfecta y nos despedimos con la promesa de volver vernos. Algún día. Margaret y Barbara me dan raid a mi casa en Sigma Chi. Hago dibujos en las ventanas del carro. ¡Habrá sido la cena más extendida de mi vida!

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