Ceniza eres


Somos rituales y tribales. ¿Una de las expresiones ceremoniales recién pasadas? El ritual católico de hacer una cruz con los residuos de palma chamuscada sobre la frente de los feligreses. Ese símbolo que el sacerdote dibuja les recuerda que, luego del martes de carnaval, amanece el miércoles de ceniza y que es el momento para comenzar, alegremente, con otra ceremonia de cuarenta días.

Y esa culminará con otra ceremonia más solemne aún: aquella en la que los penitentes húmedos por el baño de colectividad —pegosteada, chicluda y perfumada con el humo del incienso— cargan procesiones. ¿Luego de eso? Pues, lógico: todos vuelven al ciclo del mundano recogimiento, si es que fueron respetuosos con el místico recogimiento.

Esta sociedad delirante y desfachatada que obedece fanáticamente el calendario litúrgico se antoja loca de remate. Pero es mejor así porque los locos son felices en su mundillo. Sonríen ingenuos incluso frente a la peor desgracia. ¿Qué los perturba? Nada. Alienados despiertan, comen, cagan y se arrullan como si todos los martes fueran de carnaval, todos los miércoles fueran de ceniza, todos los viernes fueran de dolores, los sábados fueran de gloria y todos los domingos fueran de resurrección a la vida eterna que muere el lunes rutinario.

Ese ciclo les da esperanza, le da ritmo a su vida vacía de sentido, pero llena de la religiosidad que les permite actuar impunemente, confiados en que los golpes en el pecho, la visita al confesionario y la ceniza en la frente lavarán sus aberraciones.

¿Habrá otro pueblo tan sincréticamente cínico como el de esta región que limita con México, Honduras y El Salvador, que se autoflagela orgulloso de su expresión de fervor? Conozco personas que no se lavan la cara durante esa semana del inicio de la Cuaresma, con tal de extender lo más posible la bendición de estar marcados con ceniza, algo que me parece tan pintoresco como antihigiénico.

Pero así somos los chapines, antes muertos que condenados sin nuestra cruz gris plomo en la frente, una exquisitez pseudosacramental que supuestamente nos recuerda que somos polvo y que al polvo volveremos. Entonces ¿por qué ceniza y no lodo entre ceja y ceja? Creo que es porque el lodo parece caca seca que se cae, mientras que la ceniza se adhiere y es más chic.

Así que ahí lo tienes: puedes entregarte sin remordimientos a tu carnaval porque inmediatamente después todo exceso se cubre con ese poquito de ceniza con la que orgullosamente te dejas marcar y que te identifica como parte de esa élite sacrosanta que honra las fiestas de guardar y se apropia del slogan: «El que peca y reza empata», lo que aplica incluso a crímenes de lesa humanidad.

Imagino lo genial que sería aplicar ceniza directamente proporcional a la gravedad de los pecados. Algunos ni con la calva cubierta tendrían suficiente. ¿Talvez sumergirnos en ceniza sería la opción? ¿Cuánta ceniza estás dispuesto a poner en tu frente como antídoto a tu resaca moral? Estoy segura de que, si esa fuera la costumbre, la creatividad eclesiástica se las ingeniaría para encontrar la forma de intercambiar indulgencias por favores, de forma que los pecadores compulsivos pudieran acercarse al altar y recibir una discreta cruz que lucirían con más orgullo porque les costó algo que no fue solo sudor y penitencia. ¿Cuántas caras tiene nuestra fingida moral? O será que ya ni modo, es descarada.

¿Quién es Michelle Juárez?

 

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