COVIaDolorosa-19


Casi parece que la evolución o la selección natural nos están jugando una broma de mal gusto. Una pandemia que obliga a los terrícolas a ensimismarse o morir suena a complot del resto de especies con las que compartimos, o más bien, a las que les arrebatamos el hábitat.

Curiosamente, frente a este escenario apocalíptico no he escuchado lo que maliciosamente imaginé que escucharía: la cantaleta de que este diluvio microbiológico que diezmará a la población homo sapiens es castigo divino por sus desviaciones y culpas.

Más bien, se siente que flota en el ambiente la idea de que este virus es algo como una purga que le ofrece al mundo un respiro frente a la plaga que somos los humanos. Porque vaya si no somos una desgracia para el planeta.

Pero dejando las ideas ecológicas de lado, se antoja necesario voltear la mirada a los días por venir. Sí, estos de inicios de abril que el calendario gregoriano reservaba para conmemorar la Vía Dolorosa —la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo—, y que miles de millones de personas, cristianas o no, usan como excusa para detener su vertiginosa existencia y tomarse el primer descanso de la temporada.

¿Qué pasó ahora? Pues que esa Vía Dolorosa, recordada en la anual Semana Santa, se ha fusionado con el virus generador de encerronas y letargos. Sí, señoras y señores, escépticas y escépticos, parranderas y parranderos, devotas y devotos, veraneantas y veraneantos: créanlo o no, quiéranlo o no, estos días santos sí tendrán más chance de serlo.

Claro que las salubristas restricciones de locomoción no vienen acompañadas de un mandato a reflexionar y orar, pero nunca en la historia se había visto que del Viernes de Dolores al Domingo de Pascua las playas, los parques, los centros turísticos extrañaran la chancleteada de millones de visitantes.

Así que ahí lo tienen. Como dice la majunchada tiktokera: «Este pinche virus mamón nos dejó sin nuestro merecido descanso». Además, nos dejó sin nuestro ansiado veranofest, sin la celebración de siete altares, la procesión del Nazareno, la vigilia de resurrección, el estreno de cucurucho, el viaje de shopping, la ahorcada de Judas, el crucero por las Bahamas, la comilona de bacalao, la juerga del Sábado de Gloria o lo que sea que cada quien hubiera planeado.

Frente a la frustración, la decepción y la cancelación de todo, se vale ser un poquito menos pesimistas y dar gracias, si es que respiramos sin dificultad, si tenemos comida en la mesa y opciones para sobrevivir a la debacle económica que se asoma oronda y risueña.

Se vale un guiño de esperanza si el sistema de salud de mi país —Guatemala— aún no ha colapsado y si no hemos llegado al nivel de tirar nuestros cadáveres en la Vía Dolorosa, cual alfombras de deshechos humanos que engalanan con sus carnes lívidas y sus órganos putrefactos el paso de la procesión de penitentes.

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