Cuando los egos se machucan


¿Habrá acaso algo más asqueroso que el regodeo de los hipócritas felicitándose mutuamente? No cabe duda de que en gustos se rompen géneros y catres porque lo que a unos les parece la última chupada del mango, a otros nos parece lo más tóxico del mundo.

Si algo hay repugnante en este repugnante ambiente repugnantemente saturado de jodida repugnancia, es la idolatría en el círculo elitista de los que se dan palmaditas de felicitación y se bendicen a voz en cuello mientras se maldicen entre dientes. ¿Es que se acabó esa ruda sinceridad con la que antes te veían a la cara y te decían «no sirve lo que haces»?

No sé si me equivoqué de vida, de mundo, de universo, de región, de país, de especie o simplemente me duelen los genes —más indígenas que mestizos—, pero sirve este desahogo a manera de manifiesto execrable en contra de la mamada de parabienes bienvenidófilos que se externan unos a otros en la comunidad intelectualosa de mi querida apátrida tierra de indeseables.

En mi país, Guatemala, en medio de banderas blancas agitadas frente a la avalancha de gente indiferente, los pudientes se reúnen para vanagloriarse y olerse el chicuaz como los perros que son. Frente a un mar de banderas blancas que no hablan de paz sino de guerra motivada por el vacío en la panza, en el corazón y en la voluntad, la farsa de los egos no se detiene. Al contrario, como que cobra fuerza y avanza más rápido que un virus necio. Estafan, engañan, se aprovechan, celebran y se tapan entre ellos sus pútridos escarnios a costa de quienes menos tienen y más necesitan.

Este es un berrinche tardío y ocioso, lo sé, pero si otros pueden hacer correr ríos de tinta digital con odas a la egolatría nepóticas, yo, desde mi inutilidad prosaica, mínimo me permito abrir el chorrito de rabia retórica como miaditos de gato, que no hace nada más que liberar la urgencia de mi tripa retorcida.

¡Ahhh, pueblucho de penurias! ¿Qué pretendemos con estas payasadas de alabanzas mutuas? Políticos, médicos, literatos, filósofos, empresarios, religiosos, mediocres alfabetizados como yo… Todos somos una masa homogénea que no sirve ni para hacer tortillas.

¿Dónde puedo vomitar mi cólera? ¿Dónde puedo escupir mi indignación? Parece que ya no se puede. Qué conveniente para los ególatras sádicos esto de los contagios en masa. Qué conveniente que ahora andemos por ahí pseudoamordazados, si es que logramos salir del calabozo donde debemos quedarnos confinados, muriendo lentamente, para evitar morir lentamente.

Esa es la ironía que enfrentamos y que se adereza deliciosamente con estos ineptos que se machucan el ego de tan largo y ancho que lo tienen. Ojalá tuvieran un poco más largo y ancho el sentido común para desinfectarse la conciencia y por lo menos dejar morir en paz a los que no quieren seguir en agonía.

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