La brutal urgencia creativa


El gran Julio Serrano Echeverría me concedió el honor de ser testigo de excepción en «Primeras intenciones», el memorable taller sobre pulsiones creativas que se convierten en escritura organizado por la librería Sophos, en Guatemala.

No estoy segura de qué me alucinó más durante las seis disruptivas sesiones. Creo que fue la avalancha de magistralidad híbrida del maestro Serrano, siempre tan certero con sus referencias cinematográficas, poéticas y soundtrackústicas. O, permítanme… Talvez lo que más me conectó fue la fresca cascada de aprendizaje sobre creatividad que se derramó a través del atinado recorrido por lo que considero un lúcido, lúdico y sugestivo método escritural; o no, no… Ahora que lo pienso mejor, probablemente lo más sublime fue el privilegio de formar parte de un grupo de escritores urgidos por compartir el volcán de ideas e inspiración que les hierve en las entrañas.

Sea lo que fuera, ahora yo también siento ese «brutal» (diría Julio Serrano Echeverría) masoquismo creativo fluyendo por mis neuronas que ya quemaron sus convenciones como barcas viejas y se han sacudido los temores para atreverse a explorar historias más allá de lo paratextual.

El objetivo del taller se cumplió en mí porque este primer sábado de un octubre inesperadamente desafiante me alcanza y me deja con ganas de más pellizcos a mi impulso narrativo, aunque me abandona a mi suerte con la obsesiva urgencia de atreverme a traducir en garabatos por lo menos una de las trescientas ochenta y cuatro historias que ya tengo en mi bitácora esperando la investigación de referencias, el diseño de un lienzo y la planeación de una ruta que converja en un arco dramático tan caótico como yo.

Este tiempo se me hizo corto, aunque placenteramente agónico porque descubrí que siempre he escrito pero que nunca he dejado las agallas, los ovarios y el hígado en un texto. Ya tengo una tarea pendiente, un reto que he aceptado ingenua e ignorante de lo que resultará al abrir mi caja de pandora disfrazada de primoroso joyero musical: ese que todos abren para ver a la bailarina que gira en círculos, atrapada por un imán que la mantiene aferrada a un espejo.

La dinámica de la expresión escritural ha encontrado un gurú colocho capaz de guiar a sus discípulos por los sugestivos recovecos de sus historias sin contar. ¿Cuántos fantasmas despertarán? No lo sabemos, pero los míos están listos para manifestarse, convencidos de que ahora tengo más claridad en la forma de darles voz e identidad para que se expresen a través de letras, palabras, frases y párrafos que fluirán menos caprichosos e intransigentes, aunque siempre juguetones, voluntariosos y salpicados de esas gotitas de nieve de limón que los hace míos.

Jamás sabré si mis fantasmas son dignos de compartirse, pero ahora estoy convencida de que las primeras intenciones por escribir pueden y deben recibir el beneficio de convertirse en algo más que simpáticas, febriles o desgarradoras historias en mi cabeza.

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