Los muertos también escriben


Michelle Juárez Casi literalCentroamérica está muerta. Centroamérica está podrida. Centroamérica está marchita. Llora su viuda ultrajada, rota, miserable. Sus hijos con la mirada vacía son enemigos mutuos que no saben más que alienarse entre sustancias, entre instintos, sangre y risitas cínicas.

En medio de esta sordidez y cadencia fúnebre, cuando los cuerpos todavía están tibios y su corazón arremete sus últimos estertores, ellos lanzan palabras, frases inconclusas urgidas por salvarse de la muerte. Son como espadas afiladas que cortan de tajo gargantas ingenuas de las que brotan más palabras a borbotones. Pero luego, todo se detiene otra vez.

Centroamérica ya no tiene pulso. Dejó de palpitar, pero no calla. Sus muertos se empecinan en escurrir palabras celulosas y con sello a presión que huelen a pergamino nuevo, pero que en realidad son ideas viejas de ánimas viejas que se cuelan por los resquicios de las tumbas y rejas de los camposantos.

Los espíritus grises que se ahogaron en sus lamentos lanzan sus palabras al vacío en avioncitos de papel que se convierten en cenizas al instante y explotan en el aire como pompas de jabón. Pero no les importa. Son necios, su ansiedad es necia y sus palabras son necedad necia.

Parece que a esos muertos nadie les ha dicho que doblemente nadie los escucha. Ellos creen que sus palabras son aguijones incisivos que rasgan vestiduras y carnes trémulas, pero solo les duelen a ellos porque son susurros vacuos que perdieron su eco.

Que se callen, que dejen esa terquedad inframúndica, esperpéntica, inutilísima. Que el rigor mortis acabe de una vez por todas con todo vestigio de esperanza fallida traducida en tinta derramada. Ya no más lágrimas negras alfabéticas que solo llenan los recovecos del zazzazzaz de una rotativa.

¿Qué más quieres, alma en pena rodeada de millones de almas vagabundas? Descansen todos en paz, basta de letras resucitadas. Nadie pone atención a las palabras agonizantes. Nadie tiene ojos para leerlas ni oídos para escucharlas. Los muertos que todavía no saben que murieron solo ven y escuchan sombras.

Es vana la advertencia. No se detendrán. Los muertos mueren por escribir. Ni ellos mismos se leen, ni ellos mismos se entienden. Solo escriben con la esperanza de que sus palabras sean inmortales como el aliento de vida de la memoria. ¿Centroamérica está muerta, está podrida, está marchita?

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