El aullido del Lobo Vásquez


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Andy Warhol dijo alguna vez (en 1968) que en el futuro todos seríamos famosos durante quince minutos. Y creo que ni las mejores pitonisas de ese siglo podrían haber elucubrado una mejor descripción para la viralidad digital.

A finales del pasado agosto, un videoclip de coreografía del guatemalteco Fabio “El Lobo” Vásquez emergió en la página de Facebook «Covi Dance 2020». La competencia invitaba a bailar música de las décadas de 1970 y 1980 para ganarse $50 USD. Vásquez y su esposa participaron para sobrellevar el reciente fallecimiento de su hija por una enfermedad renal: una saludable distracción para el duelo.

Pero cuando sus videos tocaron el insaciable apetito de novedad virtual, todo cambió. Memes, mensajes congratulatorios y reacciones inundaron las redes. Y no puedo culpar a nadie: este año necesitamos todas las noticias positivas que sobren, aunque sean un absurdo videoclip vertical con baja resolución y el insufrible tonito de Danger de The Flirts.

En un parpadeo comenzaron a emerger los patrocinadores. Marcas y empresas agasajaron al Lobo con lácteos, equipos de sonido, un año de pollo frito y hasta una cama, entre otros regalos. Tampoco los culpo: el capitalismo nunca escatima un oportuno performance heroico. El sencillo zapatero de la Zona 5 de la Ciudad de Guatemala se convirtió en un ícono de optimismo y espontaneidad.

Dos meses después surgió una serie de videos del Lobo Vásquez bailando como entretenimiento en una distinguida fiesta donde las personas portaban más tragos que mascarillas. Fuera de las implicaciones de una tumultuosa celebración en plena pandemia, la comuna digital no termina de decidir si el Lobo está rebajándose como un mono bailarín de la élite poscolonial o si acaso merece la oportunidad de lucrar con su talento y fama sin ser juzgado. El debate se ha elevado al punto de si debe o no un artista comprometerse con una misión de representatividad social.

Por favor, no se engañen: a Guatemala no le interesan sus artistas en lo más mínimo. Por eso tenemos influencers y youtubers que trabajan en los medios perpetrando su ignorancia mientras que los poetas más reconocidos, literalmente, mueren de hambre en la calle.

No se trata de juzgar la calidad y los aportes (cuestionables) de los infames videos de doblajes y compilaciones comentadas de TikTok. Mi punto es que el público de este país arrastra décadas de enamoramiento con la irrelevancia y la vulgaridad. No aman al Lobo Vásquez por su talento bailarín y expresividad corporal. No aman al Lobo Vásquez por su revolucionaria manera de elevar la coreografía contemporánea. Lo aman porque sigue siendo trending topic y asociarse al tema de moda nos acerca a esa nebulosa comunidad que ciegamente nos acoge y premia por conformarnos.

Pero esa manía emocional de la pertenencia es tema para otro artículo. Volvamos a la celebridad del instante: creo que Vásquez merece todas las ventajas de esta súbita fama. Él no tiene la culpa de que el pueblo haya marginado a las estrellas del ballet folklórico, los muralistas históricos o al Premio Nacional de Literatura. Él mismo ha de intuir que los likes y retuits eventualmente menguarán hasta que él tenga que pagar por su propia porción de pollo frito. El público le regalará su atención a la próxima novedad, para halagarla o lincharla indistintamente.

Pero si vamos a hablar seriamente sobre el compromiso de clase, privilegio y apreciación artística, recomiendo que, antes de abrir la boca, abran más libros que TikToks.

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