El dilema es digital


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2No hace mucho recibí esta curiosa notificación: “La página Pho Thuong Mai ha cambiado su nombre a Cámara de Comercio de Guatemala”. Con un poco de investigación descubrí que al menos 40 publicaciones sobre escorts vietnamitas habían alcanzado los feeds de 43 mil usuarios. Durante más de 24 horas la Cámara se convirtió en un burdel que registró hasta 600 comentarios por imagen. Y si todo esto se lee como un pésimo episodio de Black Mirror es porque es verdad. Bienvenidos al Siglo XXI.

En pleno 2020 las personas tienen una relación muy inconsistente con las redes sociales. Un día decimos que son el adviento de un mundo más conectado y mejor informado, y luego prendemos The Social Dilemma en Netflix para percatarnos de que las redes se han convertido en una adicción tan peligrosa como la cocaína. (Espero que a nadie lo eluda la ironía de que un sitio de streaming basado totalmente en algoritmos y escuchas digitales haya producido esa bazofia). Los seres humanos tememos y respetamos todo lo que no entendemos por completo y por eso tenemos religiones, libros para Dummies y puestos de asesoría.

Pero volvamos a lo digital. Siempre que enseño un curso de escritura le propongo a mi estudiante tres prioridades para todo texto, desde un comunicado de gobierno hasta un hashtag de TikTok: tarea, audiencia y propósito. ¿Qué hace el texto por el lector? ¿Quién es mi lector? ¿Qué quiero lograr? Por surreal que parezca no he conocido una sola persona que pueda responderme las tres cuando le edito un texto. Imagino que es un mal del Tercer Mundo: le enseñamos a la gente a hablar o escribir antes que pensar. Y si se preguntan qué diablos tiene que ver la redacción estructurada con la comunicación, la respuesta es todo.

Esas tres preguntas en el párrafo anterior son el esqueleto de una estrategia digital efectiva. De nada. Tengo casi diez años de trabajar con marcas en redes sociales y eso es lo único que realmente importa. Yo sé que es extremadamente trillado decir que el contenido manda, así que vamos a actualizar el adagio: la audiencia manda.

Mientras no entendamos las emociones, intereses y añoranzas de nuestra audiencia difícilmente lograremos un impacto relevante. Por eso es tan incómodo cuando las marcas se apropian de los memes y por eso nadie respeta a los presentadores de televisión.

Arrastramos la cavernaria necesidad de ser escuchados. Antes nos conformábamos con aullar en el vacío, luego inventamos Evangelios y plegarias y finalmente nos conformamos con la uniformidad del feed. La democracia moderna se trata de darme la exacta misma plataforma para quejarme de la ilegalidad del aborto, comprar brassieres, chatear a mis exparejas y vender aguardiente.

Pero volvamos a la Cámara y el lamentable faux pas. La página fue presa de una usurpación (un hackeo, si prefieren la palabra vulgar) atribuible a la costumbre de muchos mercadólogos de invertir unos cuantos dólares para que perfiles falsos (mayormente en Asia) eleven sus números de seguidores, comentarios y reacciones. ¿Por qué? Dicen que esas cifras estratosféricas embellecen a las marcas para seducir a un consumidor. Pero fuera de las escorts vietnamitas, ¿realmente me va a importar una marca porque sus números son altos? ¿O soy tan lábil para dejarme llevar por un contenido que me interesa intelectual o emocionalmente?

Es amargamente cómico: todas las herramientas y facilidades que deberían comunicarnos nos han aislado aún más, acaso porque seguimos aullando sin entender cómo funciona el lenguaje que nos hizo. O acaso porque acarreamos la arrogancia del que habla por hablar, el que escribe para no ser leído y el que cree que sigue leyendo sin propósito. Y esas, créanme, son las finalistas en las razones más hipócritas de la humanidad.

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