El fin mortifica los medios


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal.jpgA los catorce años tenía el curioso pasatiempo de leer libros de texto —y por supuesto que yo también era súper popular, ¿por qué la pregunta?—. Generalmente repasaba lecturas que no cubría mi plan de estudios y fue por eso que en un libro de lenguaje para Inglés encontré el fundamento de todos los textos que en la vida he producido, buenos y malos, poéticos o no. Un texto, aprendí, requiere tres elementos inamovibles para ser competente: tarea, audiencia y propósito. Pero creo que nadie vino aquí por la lección en autoría ni por mis aventuras prepubescentes sino por el título tan genial que se me ocurrió esta vez, así que lo justificaré con lo siguiente: cada vez me cuesta más encontrar —especialmente en medios como este— un autor que sea consciente de su texto. Esto suele ocurrirme con publicaciones que supuestamente surgieron para obligar a la gente a pensar.

Empecemos con mi credo escritural. Un texto tiene una tarea que cumplir con respecto a analizar, observar o detallar información; tiene una audiencia que activamente lo busca o inactivamente lo recibe; y tiene un propósito que el autor compromete con una ideología, agenda o etapa de conspiración. Suena tan simple, tan eficiente, tan lógico. Por eso no entiendo a las personas que publican para rascarse las costras emocionales o para arrastrar la perorata de algún tema que esté en tendencia (como ser feminista, ser amigo de los gays, detestar a la iglesia evangélica o sentirse «bien triste» por la situación del país) sin aportar un discurso original, o sincero, o por lo menos interesante.

Un autor consciente de su contenido se preocupa por hacerlo único y darle una voz que no sea intercambiable. Es más: se interesa por llevarlo a más personas porque cree que la idea merece una discusión y puede cambiar la perspectiva acerca de un tema. La audiencia reconoce este esfuerzo y lo premia porque lo difunde como una visión que también es suya. Un autor con alto momento es precisamente lo que alimenta a un buen medio porque su influencia tiene una capacidad de reacción y más personas pueden identificarse con sus textos. Después de todo, la tarea de un medio es la de procurar información con valor y abordarla con voces que se acerquen a otras mentes. Y esa es una tarea aún más delicada cuando se trata de escribir subjetivamente.

Supongo que por eso me aburre tanto la oferta de la mayoría de medios que publican columnas de opinión. Qué alegre que estas personas, sin duda muy inteligentes tal como lo evidencian en sus biografías, tengan un espacio para escribir; pero lo que esencialmente le daría prioridad a sus publicaciones sería la capacidad de innovar y persuadir, algo que definitivamente no tienen. Estoy harta de los titulares con palabras de shock (generalmente sobre sexo), las preguntitas retóricas, las plegarias afligidas, las referencias hipsters eruditas y las ya cansadas llamadas a la inconformidad. A veces pienso que sus autores tienen una extraña manera de usar la escritura como masaje intracraneal porque es lindo pensar que desde una página o una URL tienen el ojo de otros celebrando su ingenio. Sin embargo, respeto más a un autor que sabe llegar a más personas porque continuamente reta su talento y crea con el propósito de alcanzar y conmover a más.

Dirán que se trata de ganar fama, pero lo cierto es que esa fama es merecida cuando un escritor observa su realidad y sabe expresar algo menos superficial. Es decir, conoce e influye. Esa es la señal de un autor que legítimamente merece atención porque puede comunicarse competentemente y no solo escarbarse la lagrimita para comentar la última masacre de adolescentes, o tamborear el último cumbiatón libertario, o lo que sea tendencia antes del próximo clásico.

Siento que los medios tienen la responsabilidad de exigir un mejor y mayor impacto de las voces que los representan, y creo que en ningún momento debería otorgársele el privilegio de publicar a alguien que tiene el ingenio verbal de un instructivo para shampoo y un poco menos de influencia que los memes de Harambe. Si no existe una legítima competencia de contenido, sin publicaciones patrocinadas ni trucos baratos de clickbait, no existe razón para hacerlo más reflexivo, impactante o conmovedor. Por eso la gente los olvida o simplemente no los lee y es entonces cuando prefieren seguir a los tuiteros de parodia y las presentadoras del clima: tienen una seria competitividad para sacar el chiste más estúpido y el selfie más sensual, pero aun así saben que gustan más porque son más compartidos y comentados.

De nuevo, si alguien tiene el privilegio de ser columnista en cualquier medio, más vale que se esfuerce por merecerlo. Que le lluevan las críticas y las pedradas pero que su propósito en cada texto sea el mismísimo que originó el lenguaje: influir. Un año después, yo misma no dejo de perseguir tan magnífico propósito desde este espacio, y gracias a ustedes tampoco pienso detenerme.

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