Despertares de enero


Silvia García Solís_ Perfil Casi literalEl tiempo transcurre diferente en una ciudad vacía. El silencio ensordecedor entre los edificios parece sujetar los minutos ralentizados en medio de un escenario urbano sin habitantes. O casi. Bajo la superficie de vacío, bultos amorfos se agrupan. Racimos humanos procurando cobijar hasta el último resquicio de piel de la helada afrenta de una gloriosa mañana de un 1 enero.

Solo cuando el contexto se retira casi por completo —los visitantes diarios de la urbe— es que sus verdaderos protagonistas surgen. Espectros de vidas abandonadas por razones infinitas. Los sin techo, los olvidados, los marginados. Los que cargan el rótulo —de indigente, de mendigo, de paria— impuesto por una sociedad que les juzga sin contemplación a causa de vivir en la calle.

Porque no se trata de otra cosa: una circunstancia no determinante en su condición básica de ser humano pero que nos separa a los «con techo» de ellos. Una situación que podría suceder a cualquiera de nosotros el día menos pensado: intentar sobrevivir el frío de una mañana de principios de año.

Nosotros, actores secundarios del drama cotidiano urbano, transitamos en nuestra condición de privilegio sin siquiera valorarlo. Y parecemos descubrir la tragedia diaria de habitar la calle solo cuando un episodio particularmente siniestro acontece —como el fallecimiento por hipotermia de dos seres humanos en un país tropical—, arrojándonos a la cara la cruda existencia de «los otros» a quienes elegimos olvidar una y otra vez, todos los días.

Se trata de un despertar a la realidad más allá de mi circunstancia y que además es desgarrador al asomarnos al espejo del otro y darnos cuenta de que soy su igual, que la moneda de vez en cuando no llena mi cuota de humanidad, que es una ofensa subir la ventana del carro cuando alguno se acerca, que la normalidad de su presencia en el caos urbano es lo verdaderamente trágico.

Al quinto día del año la ciudad vuelve a su caos habitual. Sus visitantes diarios reanudan la normalidad y el tiempo retorna a su movimiento constante, pero no puede volver a ser igual. Queda decidir qué hacer después de ese despertar lacerante, reflexionar si durará lo que un fin de semana de recolección de víveres o lo suficiente como para abrir los ojos de una vez por todas.

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