Ya nadie lee a Barry Hannah


Sergio Bernales_ Perfil Casi literal

Hace unos días soñé con Barry Hannah. Mi hijo no nacido y yo estábamos en un bar con ese gringo colorado y bonachón que le cantaba algo, haciéndole carantoñas desde su cuarto whisky. Preguntó por el nombre del bebé y le respondí algo ininteligible que sonó a verdad. Sonrió y los caminos de tanta noche alcohólica junto a Billy Lee Burroughs se dibujaron en su cara, con esa prosa anárquica y ruda del sur profundo de los Estados Unidos; historias de perdedores pescando en el muelle del pueblo, veteranos de ‘Nam que fluctúan entre la traición, el compromiso y aniquilan tanta pesadilla reprimida con el sexo. Barry me extendió el libro, su cara esfumándose durante la ceremonia, por el vapor volcánico de esa cantina tropical bananera. El texto cuneiforme mutó en palmeras salvajes, ardieron por el Napalm y aquella ceniza fría, hecha un  pájaro de humo escapó por la única ventana y mi hijo la señaló sorprendido, una última sonrisa inmensa antes de despertar.

Así empiezan los cuentos de Airships (1968), irrumpen en la realidad con egoísmo, sin miramientos y siempre hacia adelante. Un humor oscuro permea hasta los cuentos más tristes, una nostalgia al revés ataca a sus personajes sin disuadirlos de disfrutar una última cerveza, un último atardecer aburriendo a sus compañeros con mentiras junto al muelle. Un tipo salta de un barco al río y emprende un viaje, primero en taxi, luego en bicicleta hacia el aeropuerto de Nueva York para escapar de la pesadilla más grande: una vida conyugal célibe. Un chico salva a su orquesta escolar luego de morir su director justo el día en que estrenan, en una competencia estatal, el Bolero de Ravel, después piloto en la guerra de Vietnam y su mejor amigo “cuida” de su novia mientras es derribado sobre esa selva de enemigos invisibles, tan presente en los sutiles traumas de estos personajes.

Entre el surrealismo y el absurdo, sus cuentos reinventan el gótico sureño y son de lectura obligada ahora que la corrección política y los redentores han llenado a la literatura de tópicos bípedos e historias donde ser el bueno es bueno, cuando los malos no dejan de ser divertidos y funcionan como un corrosivo espejo de esa parte nuestra que es difícil reconocer.

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