Leer a Juan Carlos Onetti es una experiencia por completo gratificante. Hasta hace poco más de año tuve en mis manos la producción narrativa de este autor uruguayo. Luego de leer algunos de sus cuentos, noto cierto parentesco con Mario Benedetti en su forma de narrar, en la brevedad de sus cuentos, en lo particular de sus personajes, quienes a pesar de ser gente común y corriente de alguna forma u otra llevan a un nivel fuera de la realidad las situaciones por que atraviesan.
El cuento del que vengo a hablar hoy se titula El gato. Narra un encuentro entre dos hombres, uno de ellos relata a su amigo cómo se enamora de una bella mujer, cómo la invita a salir y luego a ir a su apartamento, y justo cuando llegan a la casa del hombre, encuentran un enorme gato negro en la cama del mismo; entonces la mujer lo obliga a echar al animal, luego de esto él decide no verla nunca más y además a partir de ese momento nunca más entabla una relación formal con ninguna otra mujer.
Antes de escribir algo respecto al cuento mencionado, debo decir que conocer la obra de Onetti, es adentrarse en la vida misma del autor, pues los relatos (en general, no sólo El gato) que escribió parecen ser de alguna forma, pinturas realistas que nos muestran el mundo tal como es, sin adornos, sin maquillaje que trate de arreglar los defectos que puedan existir.
Onetti aparece en el momento en que el público lector se familiarizaba con las novelas y cuentos de Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; incluso los lectores más sofisticados entraban al mundo de Carpentier, Rulfo y Borges. Por eso mismo, Onetti no fue muy conocido en la época de su exilio en España.
Los héroes de Juan Carlos Onetti no razonaban adecuadamente sobre jazz en los cafés de París, no fundaban naciones ni atravesaban cordilleras, no volaban por los aires ni se perdían en selvas ni en laberintos simbólicos; los héroes de Onetti son los más pacíficos, los más perezosos, los más inútiles del mundo. Lo único que hacen es fumar, de preferencia tirados boca arriba en la cama, inventarse cosas, contar embustes y enamorarse de mujeres sensuales y perdidas, de mujeres pintadas que bebían en los cafés o de muchachas puras como ángeles, cuya perfección y dulzura no podían ser merecidas por nadie.
En El gato, John se enamora de una bella mujer a quien no le gustan los gatos, situación que me deja pensativo, pues me parece que representa lo celosa que era dicha mujer. Los dos llegan a la habitación y ven a un gato negro sobre la cama, representando algo erótico, simbolizando al resto de féminas que pueden llegar a la cama de John, por eso mismo la mujer le ordena a él que saque a ese animal, pero debe ser él, ¿por qué no ella?, tal vez porque es John quien debe darle fin a esa etapa de hombre enamoradizo para permanecer con ella. Es por eso que John decide darle fin a la relación y de ese momento en adelante nunca más vuelve a comprometerse con mujer alguna.
Todo lo anterior John lo cuenta a su amigo, quien es a su vez el narrador del cuento en cuestión; todo el relato se desarrolla en un bar donde se encuentran estos dos amigos. El narrador no tiene nombre, y si tuviera yo que bautizarlo, creo que le pondría Juan Carlos Onetti, porque, como dije al principio, cada cuento que hizo parece llevar cierta dosis autobiográfica, parece narrar historias que alguna vez a él le fueron narradas por sus propios amigos o vividas por él mismo. De la misma forma, el cuento confirma lo antes dicho, sus personajes son siempre ociosos, viciosos y sufridos sentimentalmente; como dijo una vez en una entrevista que le hizo Magela Prado: «A mis personajes se les podría calificar de existencialistas antes de Sartre.»
Por último, transcribo textualmente lo que dijo Onetti a Juan Gelman cuando este último le preguntó qué es la sinceridad para él:
Lo más importante que tengo sobre mis libros es una sensación de sinceridad. De haber sido siempre Onetti. De no haber usado nunca ningún truco, como hacen los porteños, o hacían cuando había plata y se lustraban los zapatos dos veces al día. O esa manía de grandeza de los porteños, que siempre hablan de millones ¿no? Tengo la sensación de no haberme estafado a mí mismo ni a nadie, nunca. Todas las debilidades que podés encontrar en mis libros son debilidades mías y son auténticas debilidades.
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