«Leemos por placer, y ya se sabe que el placer no tiene buena memoria y casi enseguida busca renovarse en una nueva experiencia placentera igualmente fugitiva».
Julio Cortázar, Clases de literatura
¿Cómo se evita el olvido? Quizá sea una de las preguntas ontológicas del arte. Para qué se escribe, se esculpe, se construye, se inventa si no es para dejar esa vitalidad después de que los gusanos degusten la carne y los huesos soporten el peso de la tierra. Lo sabían aquellos que hoy se despiden longevos, hombres y mujeres que van dejando vacíos y esperan que sus legados precisamente sean eternos.
Me pregunto cómo mantener la memoria de aquellos que no tuvieron el privilegio de haberse tomado siquiera una fotografía, cómo resguardar una imagen borrosa que se desvanecerá como un día desaparecieron cuerpos e historias.
En 1980 Cortázar daba conferencias en universidades sobre la literatura latinoamericana actual y mencionaba: «Leer un libro latinoamericano es casi siempre entrar en un terreno de ansiedad interior, de expectativa y a veces de frustración frente a tantos interrogantes explícitos o tácitos». Cuatro décadas después me pregunto si aún está en nuestras letras ese tipo de raíces culturales que nos dejó precisamente la década de 1980 ―con dictaduras, torturas, represión y muerte― y cómo las asumimos ahora.
Hoy esos contextos que también inspiraron literatura se ven lejanos, los respiramos distinto. Los jóvenes de 20 y 30 años no conocen en la piel la persecución ni el silencio y creen que tras la libertad de expresión se puede permitir todo, pero tampoco los veo capaces de nombrar realidades cercanas ni ver otras.
“Siempre he pensado que la literatura no nació para dar respuestas, tarea que constituye la finalidad específica de la ciencia y la filosofía, sino más bien para hacer preguntas, para inquietar, para abrir la inteligencia y la sensibilidad a nuevas perspectivas de lo real”, afirmaba Cortázar en su conferencia.
Siento un vacío de las historias-big picture y de esas inquietudes en la literatura centroamericana de los últimos tiempos, siempre demasiado intimista, que no menciona contextos ni memorias. ¿Habrá que hacer algo al respecto?
Estoy hablando aquí de dos cosas: de la escritura y de la memoria. De cómo las nuevas generaciones pueden llegar a través de su literatura, esa ficción llena de placer y verdades veladas, hacia su historia, no la mal contada con dislexia incluida, y/o a cuestionarse sus presentes. Hay muy pocos escritores y, obviamente, no los jóvenes, que regresan sobre sus pasos y los pasos de otras y otros anteriores a ellos para entender sus orígenes y aconteceres.
Eduardo Galeano dijo: «Escribir, ¿tiene sentido? La pregunta me pesa en la mano. Se organizan aduanas de palabras, quemaderos de palabras, cementerios de palabras. Para que nos resignemos a vivir una vida que no es la nuestra, se nos obliga a aceptar como nuestra una memoria ajena. Realidad enmascarada, historia contada por los vencedores: quizá escribir no sea más que una tentativa de poner a salvo, en el tiempo de la infamia, las voces que darán testimonio de que aquí estuvimos y así fuimos. Un modo de guardar para los que no conocemos todavía, como quería Espriú, “el nombre de cada cosa”. Quien no sabe de dónde viene, ¿cómo puede averiguar adónde va?»
En Guatemala necesitamos historia, sobre todo para que días como hoy, 15 de abril, no nos embauquen con consultas populares de domingo que justifican gastos militares fronterizos y discursos chalados de presidentes criminales sin la revisión ni reflexión de los errores políticos históricos, y que le quitan foco a la elección del fiscal general.
[Foto de portada: Cliff Johnson]
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Excelente articulo, que abre todo un debate sobre la literatura contemporánea en Centroamérica, creo que uno de ellos sería la influencia evidente de la novela negra y la novela policíaca, pero como mencionas, sin mirar al pasado y escasamente al futuro. Digo es un debate no solamente técnico e ideológico, también incluye la «propuesta estética».