En la Grecia Clásica se veneraba a Prometeo, ese Jesucristo griego que se enfrentó a los dioses con el fin de regalar el fuego a los mortales. Los antiguos aztecas, en cambio, contaban que un pájaro llamado Quetzal se robó el fuego y embargado de compasión decidió compartirlo con los humanos. En Roma, las Vírgenes Vestales se encargaban de mantener encendido el fuego. La Biblia cristiana enseña que «Dios es un fuego consumidor». No hay registros de cultura humana que haya existido y no nos haya legado historias fantásticas acerca del fuego (salvo las culturas orales, obviamente).
La palabra fuego se deriva del latín focus, lugar donde se prendía la lumbre para calentar la vivienda y, por supuesto, cocinar. Resulta que enfocar, dirigir la atención o el interés hacia un asunto o problema, está relacionado con la palabra fuego desde su etimología, siendo tal relación un vestigio o recuerdo de lo que esta reacción química ha significado al ser humano desde su hominización.
La cultura occidental moderna, distraída por las nuevas tecnologías, se olvida de aquellos descubrimientos que provocaron saltos cualitativos en nuestra especie. El fuego, sí, el fuego, ese descubrimiento fortuito que nos hizo humanos. Sin él seríamos otra cosa. Me explico: hace más de 2 millones de años vivieron unas criaturas de postura erguida ―novedad interesante para esos tiempos― con una capacidad craneal limitada pero suficientemente hábiles para contener una inteligencia asombrosa en comparación a los otros seres vivos. Los antropólogos los bautizaron como Homo erectus, todavía no se esclarecen las causas que los obligaron a salir del África, abandonar los nichos a los cuales estaban habituados y arriesgarse a ser devorados y/o morir de hambre. Su éxodo los llevó hasta la isla de Java. ¿Quién de nosotros se atrevería a emprender un éxodo de tal extensión? Debió ser una causa mayúscula sin duda alguna, pero es un hecho que frente a la adversidad el género humano ha demostrado salir airoso y, en muchos casos, triunfador.
Tanto los paleontólogos como los antropólogos atribuyen al homo erectus ser los primeros en usar y dominar el fuego atestiguado por los hallazgos en Zhoukoudia, Pekin (siempre hay que dudar de los datos, claro), y otros encontrados en Europa cuyos fósiles datan de fechas anteriores a los 400 mil años en diversos lugares que hoy conocemos como Francia (Menez, Drega) y Alemania. Al encontrarse el homo erectus abandonado a la intemperie en la noche fría y oscura, un poco de calor le garantizaría la supervivencia, y así fue: hoy, un espécimen del género homo de la especie sapiens ―descendiente directo de los homínidos dominadores del fuego― escribe estas líneas; y tú, lector, la lees, cosa impensable si aquellos ancestros no hubieran dominado el fuego. No seríamos humanos.
Pero ¿cuál o cómo ha sido la aportación del fuego a la especie humana? Para empezar, el fuego nos dio la facultad para iluminar la noche oscura del Pleistoceno y la del Holoceno, últimas dos eras de la Tierra. Los trabajos de Marx y Engels enfatizan sobre la importancia del trabajo para el surgimiento del lenguaje, y con ella, el pensamiento hablado; esto es, el razonamiento. El fuego tiene un papel no menos relevante en el surgimiento de esta facultad. La innovación del fuego trajo beneficios cuantiosos y modificaciones que irrumpieron la forma de percibir el tiempo, pues antes de usar el fuego los ciclos culturales que marcaban el día y la noche estaban determinados por el sol, pero con las hogueras encendidas, el ser humano pudo alargar el día, reposar alrededor de la lumbre, contar sus experiencias frente a sus pares, intercambiar ideas o transmitir sus conocimientos a los más jóvenes; en resumen: consolidar las relaciones sociales. El fuego permitió al género humano habitar lugares que sin él habría sido imposible, nuestra piel desnuda necesitaba y necesita calor. Los primeros humanos encendían fogatas alrededor de sus nichos, estrategia para ahuyentar a los posibles depredadores; esto nos permitió gozar de un descanso placentero y diferente, muy diferente al descanso de los otros mamíferos. Cuando nos dormimos atravesamos por diferentes fases hasta llegar a un periodo especial y profundo denominado sueño REM («movimiento rápido en los ojos», por sus siglas en inglés), estado donde se producen los sueños fantásticos, y esto es posible gracias a las ondas alfa que emitimos mientras dormimos. En este momento somos capaces de aislarnos del mundo externo. El ser humano es el único primate capaz de reflexionar porque tiene la facultad de aislarse de su entorno, y esta facultad tiene su origen en el descanso que nos proporcionó el fuego, pues sin la seguridad y aislamiento que la lumbre permitió a nuestros ancestros, el sueño no habría aparecido.
En cuanto a nuestra dieta, la cocción de los alimentos nos permitió asimilar mejor los nutrientes que comíamos, como consecuencia, la ingesta de proteínas animales nos permitió aumentar nuestra capacidad cerebral. Los sueños son la base de los mitos antiguos, de los mitos surgen las religiones y de las religiones se desprenden los ideales de las diferentes culturas modernas.
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