Llueve, llueve y cada vez llueve más, enfrente mío la montaña parece un bosque nuboso, parece que nos precipitamos hacia un estilo de selva tropical que, como dice el poema, me recuerda a las mujeres que «con una fácil excusa / te rebajan de huracán / a depresión tropical / en cuestión de unas cuantas dudas». Llueve y el desastre se avecina ante nosotros en miles de sentidos porque no somos capaces de tener una infraestructura preparada para la lluvia pertinaz y lo vemos siempre, en invierno: Cambray II, deslaves, inundaciones, etcétera.
En las historias del inicio de todos los mundos la tenemos como purificación, como inicio, desmebramos el mal para iniciar el mundo y empezar desde cero. En fin El Gran Diluvio Universal bíblico, mesopotámico con Gilgamesh, hindú con las escrituras védicas, griego después de que el fuego se hizo de propiedad humana, mapuche, maya por orden del Corazón del Cielo, mexica, inca, guaraníes e infinitamente hasta los infinitos más recónditos.
Pero bueno, el agua ahí está, de eso estamos hechos, de esa bebemos, agua eres y en agua te convertirás debió haber sido la frase que todos deberíamos conocer, saber, relatar y sentirla como parte intrínsecamente nuestra: agua como fuente de la vida, agua como medio de purificación (los diluvios no eran en balde, claro), agua como centro de regeneración. El agua de la masa indiferenciada, el germen de los gérmenes y la reabsorción como tal, la amenaza de estar vivos, quizás; he ahí, la eclosión de los baños místicos, iniciáticos, ceremoniosos, el bautismo como vida, fuerza, pureza espiritual y corporal.
En los textos hindúes encontramos que «todo era agua…, las vastas aguas no tenían orillas…»: el Huevo del Mundo se incuba en la superficie de las aguas, así como el Gran Soplo, el Espíritu de Dios se incuba en la superficie de las aguas en el Génesis… Con los chinos, en el Wu-ki (agua, por supuesto) está el caos, la indistinción primera, la totalidad de las posibilidades de manifestación, las posibilidades formales en las aguas inferiores y las posibilidades informales en las aguas superiores, la dualidad por oposición sexual, la tensión desinhibida del instinto porque es libre, sin ataduras y se deja correr por los caminos estruendosos de cualquier terreno posicionado para su cauce.
Víctor Segalen dice «Mi amante tiene las virtudes del agua: cIara sonrisa, gestos fluentes, voz pura y que canta gota a gota» y los Vedas dicen «Oh ricas Aguas, ya que reináis sobre la opulencia, y que conserváis el propicio querer y la inmortalidad y que sois las soberanas de la riqueza que se acompaña de una buena posteridad, dígnate, Sarasvati, dotar de este joven vigor al que canta».
El agua es irreductible, ambivalente, es fuente de vida y fuente de muerte, creadora y destructora: «Oiga Dios el grito de su servidor, envíe los aguaceros y ayude a encontrar los pozos y los manantiales.» En el corazón del sabio reside el agua, él es semejante a un pozo y a una fuente, dicen los proverbios, y sus palabras tienen la fuerza del torrente. El corazón del hombre privado de sabiduría es un vaso roto que deja escapar el conocimiento. El agua es los símbolos de la vida espiritual y del Espírítu, ofrecidos por Dios y rechazados por los hombres, para variar: «me han abandonado, a mí, la fuente de agua viva, para excavarse cisternas… que no mantienen el agua. Jesús dice: «Quien beba el agua que yo le daré ya nunca tendrá sed, pues el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en manantial de agua que brote para la vida eterna». A los cristianos les gusta la eternidad, ya lo sabemos.
Las aguas preceden la creación pero siguen estando presentes para la recreación.
En todas las tradiciones tenemos la antítesis del agua femenina: descendente y celeste, la lluvia que fecunda a la tierra y, luego, el agua masculina: asociada al fuego del cielo. Todo esto desemboca en la dualidad eterna: luz-tinieblas.
Novalis dice: «el agua, esta criatura primera, nacida de la fusión aérea, no puede negar su origen voluptuoso y, sobre la tierra, se muestra con una celeste omnipotencia corno el elemento del amor y de la unión (…). No es en falso que los sabios antiguos buscaron en ella el origen de las cosas (…) y todas nuestras sensaciones agradables no son, a la postre, más que diversas maneras de fluir internamente los movimientos de este agua original que está en nosotros. El propio sueño no es sino el flujo de este invisible mar universal, y el despertar el comienzo de su reflujo (…) solo los poetas deberían ocuparse de los líquidos».
El agua, en fin, símbolo de las energías inconscientes, de las potencias del alma y de las motivaciones secretas y desconocidas. Sepamos controlarla, identificarla, interpretarla, eso es otra cosa, otro fluir «porque es el agua sempiterna, colada, sucia, / negra, ahora, contaminada muerta». Viva, desmembrada, rara, desquiciada… «El agua que pasa en medio de nuestras manos entonces».
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