Volver


Noe Vásquez Reyna«Tres generaciones de mujeres sobreviven al viento solano, al fuego, a la locura, a la superstición e incluso a la muerte a base de bondad, mentiras y una vitalidad sin límites».

Pedro Almodóvar

Con 111 minutos de película y un elenco que incluye a Penélope Cruz, Carmen Maura, Lola Dueñas, Blanca Portillo y Yohana Cobo, Volver es una de las cintas del director español Pedro Almodóvar que me encanta y me sumerge a esa palabra tan delirante a la que Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos definen en su primera acepción como «Ir al lugar de donde se salió».

El grupo de mujeres protagonistas se ven obligadas a regresar pasos, a volver al lugar donde todo dolió y sigue doliendo. Estiro la imaginación y hago un símil aquí para lo que ha significado volver a Guatemala después de una corta —muy corta— estancia por estudios en Madrid, en donde hasta el 20 de octubre de 2024 se puede visitar la exposición «Madrid, chica Almodóvar» en la Sala 1 del Centro de Cultura Contemporánea Condeduque.

Volver siempre implica incertidumbres, ansiedad y una nostalgia en las esquinas del cuerpo. No se equivoquen: tengo muchas cosas hermosas por las que volvería mil veces a pesar de que Guatemala es lo que hemos hecho de ella. Imagino a Almodóvar evolucionando con esta ciudad que ha cambiado, pero mantiene su caos profundo y su violencia latente como personaje de novela negra.

Caminar por el centro histórico de la Ciudad de Guatemala no es lo mismo que caminar por las callejuelas radiales del centro histórico de Madrid. Las que se mantenían en penumbra y en silencio fueron las que más me recordaban a mi ciudad que tanto odio-amo. Quizá por ello preferí caminar el 80 por ciento de los seis meses a pesar del sistema madrileño de transporte casi perfecto.

He de decir que Madrid me gusta sobre todo de madrugada, cuando salen los fantasmas en silencio y se siente un aire de abandono y paz. Cuando no hay turistas ni madrileños que tienen en su ADN dormir lo menos posible y cierta hostilidad que muchas y muchos no saben/quieren disimular.

También he de decir que no me gusta su suciedad, que convive con la opulencia y la frivolidad que tienen esas ciudades llamadas cosmopolitas; tampoco el racismo que convive con la cultura, los libros y sus museos. Ni su violencia velada que se va a las discusiones, a los gritos y a los golpes en la vía pública (no es como en Guatemala, donde preferimos hacerlo a puerta cerrada; esa violencia pasivo-agresiva).

Yo adivino el parpadeo

de las luces que a lo lejos

van marcando mi retorno.

Son las mismas que alumbraron

con sus pálidos reflejos

hondas horas de dolor.

Y aunque no quise el regreso,

siempre se vuelve al primer amor.

Volver… Volví a Guatemala. Quizá sea algo muy latinoamericano desear un lugar conocido y al que supuestamente pertenecemos, pero me costó dos semanas enteras sentir que podía de nuevo surfear en su mar agitado, en su jungla de asfalto, con sus microcrisis políticas y con el relacionamiento tenso y normalizado entre personas que permea hasta en la sala de estar. Salir del lugar tóxico nos da distancia. Pude tomar distancia de Guatemala y descansar de todo lo que puede volverse peor. Estando lejos nos reconocemos en nuestras diferencias y toma sentido la palabra identidad; reconocemos que volvemos a los lugares que amamos, pero en los que también ha habido mucho dolor.

Tengo miedo del encuentro

con el pasado que vuelve

a enfrentarse con mi vida.

Tengo miedo de las noches

que, pobladas de recuerdos,

encadenan mi soñar.

Pero el viajero que huye,

tarde o temprano detiene su andar.

Y aunque el olvido, que todo lo destruye,

haya matado mi vieja ilusión,

guarda escondida una esperanza humilde

que es toda la fortuna de mi corazón.

Esto no es lo más lejos geográficamente que he estado de casa. Lo más lejos que he estado y que no se cuenta en kilómetros es cuando mi propio país me lleva a una ansiedad extrema que quiere expulsarme, cuando me doy cuenta de que estos ojos no verán primaveras, ni un transporte público decente, ni trabajos dignos sin violencia que permitan proyectos de vida… En fin, la parte más bonita de Volver, la película, es cuando Penélope Cruz canta con la voz de Estrella Morente ese tango malagueño de Carlos Gardel.

Volver es también ver las sonrisas sinceras y sentir los abrazos que te sostienen cuando el país entero camina lento.

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