Fabulaesparadigma. He decidido darle nombre tan extraño a mi columna quincenal en Casi literal por dos razones quizá contradictorias: por una parte, es un guiño dirigido a quienes gustan de los contenidos esotéricos. Porque comparto su idea de que hay muchos conocimientos antiguos que deben ser transmitidos e interpretados. Pero por otra parte, es también la intención de contrariar la interpretación mística del conocimiento. No he querido hacer uso del término esotérico tabula esmaragdina porque sería una mera presunción, pero también porque estoy en contra de que el conocimiento debe ser transmitido solamente a los «iniciados» a través de términos complicados, arcaicos, o sencillamente inventados. Creo que en cada fabulación que se hace de una idea, complicándola, ocultándola, enmascarándola, está la secreta intención de manipular la ingenuidad de otros.
Existe, eso sí, desde tiempos inmemoriales, un lenguaje que se desarrolla desde la técnica sin la cual no podríamos decir que la cultura y el conocimiento incrementan nuestra relación con la naturaleza. Sin embargo, dado que ésta relación es de transformación, tanto de nuestro entorno como de nosotros mismos, muchas veces el saber ancestral, más que servirnos como herramienta, se convierte en ocultamiento de la naturaleza transformada. Es así como aprendemos a utilizar en nuestra vida cotidiana dogmas que ni siquiera comprendemos. O a la inversa, corrientes religiosas, místicas o esotéricas vienen a demostrar conocimientos científicos que desde hace mucho tiempo existen y se aplican en la vida cotidiana. Pero mistificándolo mediante «revelaciones» y complicados caminos de iniciación.
Confieso que lejos de despertarme alguna especie de reverencia, el anuncio de que algún libro tratara de una sabiduría revelada por Dios o una verdad absoluta, ha sido para mí el anuncio de un hecho, un saber, algo que había sido decisivo en el desarrollo de la sociedad humana, y el carácter sacro otorgado colectivamente a ese conocimiento era la garantía de que seguía funcionando.
Quiero proponer aquí un ejemplo: hace algunos años, buscando algún libro que tratase sobre la historia de las formas geométricas y el por qué de su interpretación mística, me topé con Los límites de la interpretación, de Umberto Eco. Por suerte, me encontré con mucho más que eso. Ahí, el célebre semiólogo italiano habla sobre lenguajes herméticos, modelos astronómicos y astrológicos, alquimia medieval y un larguísimo etcétera sobre la manía del ser humano por ocultar y develar el pensamiento.
Uno de los libros que mencionaba y que desde luego busqué e intenté leer (en versión electrónica) es el llamado Libro de la Creación o Sefer Yetzirah, antiquísimo texto judío que sirve de base a la práctica de la cábala. Según nos cuenta Umberto Eco, el libro fué escrito cerca del siglo II como un comentario al margen de la Torá, como un método de interpretación del libro sagrado. Según la tradición judía, el texto proviene desde la época del patriarca Abraham. El hecho —y esto fue lo que me sorprendió—, es que no se trataba de un mito cosmogónico, sino que pretendía dar una explicación racional, paso a paso, de cómo fue que Dios creó el universo entero mediante la palabra.
Al principio, se hace una breve descripción de cómo se dividen las letras del alfabeto hebreo en guturales, palatales, liguales, labiodentales y labiales. Luego, la forma en que pueden ser utilizadas como números: las primeras diez, son los números del uno al diez, la siguiente serie, son los múltiplos de diez hasta el cien, y la tercera, múltiplos de cien hasta 900. Pero también —y esto me pareció lo más importante— es que las primeras diez letras sirven como iniciales para determinar categorías lógicas: principio y fin, arriba y abajo, bien y mal, norte y sur, este y oeste. Asigna un elemento a cada una de las primeras tres letras Aleph: viento, Mem: tierra/agua, y Shin, fuego. Es de hacer notar que la asignación de éstos valores coincide con muchas onomatopeyas de otros idiomas. Describe las contradicciones de acuerdo a estructuras fonéticas: AMSh, es lo contrario de AShM, ShAM contrario a ShMa. Más adelante asigna a las siete letras dobles que le siguen las dicotomías lógicas: sabiduría-locura, riqueza-pobreza, semilla-desolación y vida-muerte, poder-esclavitud y gracia-fealdad. Estas son letras iniciales de dichas palabras en hebreo. Es así como Dios estableció los límites del universo.
Dejando de lado la interpretación cosmogónica, la construcción del idioma hebreo se nos revela así como un sistema de nomenclatura similar a la utilizada por las ciencias naturales desde la época de la ilustración, que establece claves dicotómicas para encontrar la palabra específica de cada cosa nombrada. Si a esto añadimos la posibilidad de utilizar las letras como números, es un método mnemotécnico de grandes posibilidades.
Lamentablemente, la idea que en occidente se tiene de la cábala está influenciada por concepciones teológicas y místicas que lejos de poner en claro sus aciertos, se desvían en búsqueda de nuevas palabras, permutaciones numéricas y conexiones con los astros. Problema al que han contribuido los mismos cabalistas desde la época medieval. Según éstas tradiciones, la cábala por sí misma es causa de telepatía entre sus practicantes, tiene efectos terapéuticos —pues cada letra del alfabeto designa un órgano del cuerpo enlazándolo con la posición de las estrellas—, comunica a los vivos con los muertos y prácticamente enseña a realizar conjuros mágicos para cualquier cosa.
Para la cristiandad no es más que una forma de magia, y por lo tanto, pecado. ¡Cómo se atreven a intentar indagar en el acto creador de Dios con prácticas esotéricas! Pese a todo, la verdad es que la Biblia cristiana está hecha desde una perspectiva judía, y tanto la cábala como los evangelios están basados en los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Jueces, Reyes y Deuteronomio, crónicas y libros de los profetas. Y como en todo, cada quien lo utiliza según sus conveniencias: el lado cristiano, para defender el mesianismo de Jesús, y el judío, para defender su condición de pueblo elegido.
Recordemos que en otro de los libros místicos judaicos como El Zohar o Libro del Resplador (escrito probablemente en el siglo IX), al mencionar el origen de la creación se hace referencia al uso primario de las letras que conforman la palabra ELOHIM, pues Mi, significa quién y Eleh, significa Éstos. ¿No es ésta la base de la psicología freudiana que habla de un Yo y un Ello, como origen de la conciencia? Más allá de esta referencia, toda la filosofía occidental se basa en esta misma pregunta: ¿Quién/qué es esto? y ¿Que/quién soy yo?. El reconocimiento de sí mismo en el otro es lo que ha configurado los límites del mundo y nuestro proceder ante la naturaleza.
Es una pena que hoy estemos tan limitados.
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