Hace dos años elaboré un reportaje acerca de la historia de la Escuela Superior de Arte. Recuerdo vagamente que en aquella oportunidad le pregunté a una de las autoridades de esta institución si creía que se podía vivir del arte o si eso era una ilusión. Aunque me respondió de manera afirmativa y enfatizó que muchos alumnos han emprendido sus propios proyectos artísticos, aún sigo preguntándome si es posible vivir del arte sin recurrir a otras fuentes de ingresos.
Si bien es cierto que en la última década han surgido nuevos colectivos de arte y la demanda en este ámbito ha aumentado, considero que, en Guatemala, tomar la decisión de convertirse en artista sigue siendo un acto de valentía, pues quienes han logrado dedicarse al arte a tiempo completo y ser bien remunerados pertenecen a un grupo minoritario. Por ello es entendible que quien tiene inclinación genuina por la danza, el teatro, el canto, la pintura o cualquier rama del arte se cuestione si realmente es factible dedicarse a una actividad artística.
Por experiencia propia puedo asegurar que cuando se toma la decisión de laborar en el medio artístico a tiempo completo, en la mayoría de los casos existe el riesgo de descuidar los estudios universitarios, la vida familiar, horas de sueño y tiempos de comida, sacrificios que no siempre son bien recompensados económicamente hablando. Si bien en este ámbito se conoce gente maravillosa y se disfruta el trabajo al máximo y esa gratificación compensa en cierta manera las limitaciones económicas, a mediano o largo plazo la situación puede llegar a ser insostenible.
Debido a ello hay quienes recurren a otras fuentes de financiamiento, o bien, deciden sacrificar esa pasión por el arte a cambio de obtener mayores ganancias económicas. ¿Es posible que ningún artista se vea obligado a renunciar a aquello que tanto le apasiona?
Al respecto considero que uno de los principales problemas a los cuales se enfrenta el medio artístico es la percepción errónea que gran parte de la sociedad tiene acerca del arte y del artista, una perspectiva que incluso ha generado prejuicios que distan mucho de la realidad. Se piensa que el arte es sinónimo de banalidad, que es un pasatiempo que solamente gente con poder adquisitivo puede disfrutar. Incluso se llega a creer que el arte está relacionado con la bohemia y la vagancia. Ese pensamiento está tan arraigado en la psique colectiva que a veces nos parece imposible erradicarlo. No obstante, la única manera de cambiar estos paradigmas equívocos es que creamos en el arte, seamos artistas o no.
Es importante recalcar que creer en el arte puede volverse complejo si tomamos en cuenta que vivimos en una sociedad en la que escuelas, colegios y universidades relegan la formación artística a un tercer, cuarto y hasta quinto plano y en donde nos enfrentamos a un mercado laboral que demanda más tecnólogos e ingenieros. Creer en el arte también se vuelve una labor cuesta arriba si tomamos en cuenta que a nivel mundial el desarrollo tecnológico va minando la capacidad de nuestra mente y sentidos para cultivar sensibilidad estética, pues cuando el ser humano se encuentra inmerso en cualquier forma de realidad virtual va perdiendo su capacidad de conexión con el mundo que le rodea y eso incluye también su vínculo con lo artístico.
Quizás las líneas anteriores suenen apocalípticas, pero es la realidad que enfrentamos actualmente. No obstante, si nos diésemos cuenta que aún vale la pena creer en el arte y que todavía es tiempo de salir de nuestras casas y asistir a una obra de teatro, a un concierto, a la presentación de un libro o, en el mejor de los casos, inscribirnos en cualquier academia de arte donde podamos aprender esa destreza que tanto nos llama la atención (así nos critique el mundo entero), seríamos testimonio vivo de que el arte no es una banalidad ni el pasatiempo de una élite reducida, sino más bien una necesidad genuina del ser humano. Una necesidad tan grande que merece ser satisfecha, pero que antes debe ser reconocida y aceptada.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?
Aquí el mismo gremio artístico te reprocha cuando te has dedicado a vivir de otra cosa y ocasionalmente te dedicás a hacer arte. Te dicen que no eres profesional… Además, vivir y sobrevivir del arte te puede llevar a convertirte en un comerciante del arte, lo cual no está mal, siempre que no pares haciendo cualquier pendejada creyendo que haces arte. Ayer mismo platicaba con un amigo, quien ahora tiene muchas cuentas pendientes por pagar, mientras que el arte no da. En este país provinciano, con ínfulas de grandeza, se sueña con un gran movimiento artístico, cuando nuestra triste realidad es otra. La población no está sensibilizada para apreciar el arte, y quienes han tenido la suerte de tener un nivel educativo más alto, confunden el arte tan facilmente. La verdad es que no hay nada tan deprimente en Guatemala, como vivir del arte. Uno quisiera, uno soñaría, pero condiciones no hay ni habrá en muchos años.
Al releer mi propio texto y leer tu comentario, viene a mi mente la frase: «nadie trabaja por amor al arte». ¿Te das cuenta como los conceptos de arte y productividad, según el imaginario colectivo, no son compatibles? Viendo las cosas así, estamos en serios problemas. Saludos, Leo.