El fatalismo humano y la irrelevancia de la verdad


Hans Noack_ Perfil Casi literal

Hay una tendencia extraña en el comportamiento humano que de alguna manera ha permanecido vigente hasta nuestros días, originada en principio como producto de la ignorancia y la necesidad de hacer sentido de las cosas. Ambos factores se unen  en una visión simplista del mundo, el entorno se vuelve un objeto disecado y los sucesos ―de los cuales solo queda ser testigos― se presentan como eventos predestinados sobre una línea que ya ha sido trazada. La capacidad mental de observar y organizar patrones lleva frecuentemente a realizar conexiones inconscientes entre la realidad y nuestras propias nociones preconcebidas de lo que es adecuado y justo. En el proceso de intentar reconciliar el deseo de propósito y el curso natural de la vida, hemos llegado a establecer una entidad causal en el comportamiento del mundo, intercesora y responsable de los acontecimientos universales, y que ha terminado formando parte de nuestro pensamiento colectivo. Esta conexión, por supuesto, es ilusoria; solo llega a realizarse a través de nuestro ejercicio de acción premeditada, y aun así, el resultado queda a merced de una infinidad de variables imposibles de contemplar.

Como mencioné, esta tendencia permanece y se manifiesta en silencio, probablemente ni voluntaria ni conscientemente. La idea fundamental detrás de ella consiste en lo siguiente: el futuro, favorable o no, distante o inmediato, es inalterable y obedece de manera estricta a la línea de eventos que se originan en el presente. Este fenómeno se acrecienta mientras las condiciones y el estado de la situación se escapan más allá de nuestro control. En este caso, sucumbir a la posición fatalista es aceptar la imposibilidad de cambio, resignándonos a la pérdida absoluta de libertad. Por más sombrío y deprimente que esto pueda parecer, no hay que olvidar que la voluntad nunca se ve anulada. En definitiva, el futuro no está atado a la verdad de los sucesos, sino al efecto de acciones colectivas, y es fácil desestimar nuestro rol personal en el direccionamiento del porvenir al considerar la aparente irrelevancia de nuestros actos ante entidades paradigmáticas. A gran escala, las proporciones se vuelven difusas y las posibilidades se cierran, pero una vez más, solo se trata de un impedimento mental. Al final, una persona puede hacer la diferencia… si el resto se lo permite.

No es de extrañar que los grandes eventos de cambio social a través de la historia han obedecido, en su mayoría, al movimiento masivo de conciencias que han renunciado a permanecer inamovibles ante los acontecimientos; y el motor que genera ese movimiento es la abrupta comprensión de que no hay plan alguno que gobierne nuestra existencia ni gobernará nuestro desenlace. En otras palabras, somos libres desde el momento en que decidimos construir nuestro propósito.

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