Una de las peores catástrofes de estos tiempos es el genocidio de palestinos que lleva a cabo Israel.
Soy consciente de que Israel no está haciendo un genocidio de cristianos, sino de árabes. Como religión, el islam es mucho posterior al judaísmo y al cristianismo. De hecho, se supone que el Corán le fue revelado a Mahoma por el Arcángel Gabriel en el año 610 de nuestra era. Sin embargo, la actitud exterminadora de Israel se comprende cuando comparamos al dios de los judíos, Hashem Elokim, respecto a Jesucristo, referente-dios de los cristianos.
Este conocimiento me llegó a través de mi madre. Ella siempre fue católica, pero al divorciase, la Iglesia católica la expulsó. Fue entonces cuando pasó a convertirse en evangélica fundamentalista, pero como muchos otros y otras, de ahí pasó al judaísmo. Al morir ella, heredé sus textos hebraicos.
Angustiada ante el genocidio de palestinos que comete Israel me pregunté qué tipo de dios era el de los judíos, que parecía no sólo aprobar la matanza, sino también alentarla. Y como los judíos no están matando palestinos por ser islámicos, sino para apoderarse de su territorio —alentados por su dios, Hashem Elokim, que no se nos olvide— me dediqué a buscar en los textos judíos de mi madre la justificación de esa guerra.
Fue así como en la Torat Hebraica Hemet, en su edición bilingüe español-hebreo (editorial Keter Torá, 2003, Buenos Aires), encontré posibles respuestas. Dice así en Noaj 22 y 23, Isaías 54: Eterna misericordia de Hashem-Restauración de Israel:
Canta, estéril Jerusalén… Porque (ahora) los hijos de la desolada Jerusalén serán más que los de la mujer casada, dice Hashem…Pues te expandirás hacia la derecha y la izquierda. Tus descendientes heredarán naciones y poblarán nuevamente ciudades desoladas. Pues tu amo es tu Hacedor, Hashem de los ejércitos es Su Nombre [el subrayado es mío]. Tu Libertador es el Santo de Israel —Él es llamado Elokim de toda la tierra… Ningún arma forjada contra ti tendrá éxito, y toda lengua que en juicio se levante contra ti, condenarás. Esta es la herencia de los servidores de Hashem, y su rectitud proviene de mí, dice Hashem.
Claramente se puede ver en este pasaje que Hashem, dios de los judíos, les promete un reino terrenal: «tus descendientes heredarán naciones y poblarán nuevamente ciudades desoladas… Ningún arma forjada contra ti tendrá éxito». El sentido de este texto es totalmente distinto al del Nuevo Testamento: obra literaria por excelencia de los cristianos, dado que contiene el mensaje de Cristo recogido por los evangelistas. En la Torá, Hashem les promete a los judíos un reino terrenal en el cual serán invencibles. En cambio, Jesús —a quien los judíos nunca reconocieron ni reconocen como mesías, y todavía menos como Dios— dice en el Evangelio de San Juan 18, 36:
Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos, pero mi reino no es de aquí.
Esa es la enorme diferencia entre judíos y cristianos.
No obstante, el cristianismo también tiene cola que le machuquen en lo que respecta a derechos humanos a lo largo de la historia. Pero a juzgar por este y muchos otros pasajes de los Evangelios, sus errores no responden a una orden superior documentada en sus libros sagrados, como sí ocurre con las otras dos grandes religiones monoteístas. Por supuesto que esto tampoco borra de la historia que al constituirse la Iglesia católica, apostólica y romana —heredera de los afanes de conquista del Imperio romano—, los Reyes Católicos enviaran sus mensajeros a las Indias sin ser consecuentes con el mensaje de Cristo, lo cual derivó en no pocos genocidios en nuestro continente. No olvidemos tampoco que los sobrevivientes fueron convertirlos a la fuerza a la religión católica.
Por ejemplo, en Costa Rica los pueblos originarios fueron exterminados casi en su totalidad y los frutos de las violaciones a las mujeres huetares durante el siglo XVI fueron convertidos al catolicismo.
Todo esto es contrario al mensaje de Jesús. Y esa disonancia entre sus palabras y la actitud de la Iglesia católica continúa.
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